¡Oh, el enemigo de bakarthur!

Por las cosas que escuchaba decirle a su hermano mayor, el español no le caía mal, le caía lo siguiente. Eso le pareció bueno; el español y él iban a tener algo en común: El odio a Arthur. Tal vez si iba a visitarle se harían buenos amigos -Aunque le asustaba un poco la fama de pederasta que Antonio, a lo largo del tiempo, había adquirido- En fin, que tras un largo viaje en barco surcando el canal de La Mancha y rodeando Francia, desembarcó en A Coruña, y buscó al latino por el país, hasta encontrarle.

-¡Ah, es Antonio, desu-yo! -Exclamó, acercándose a él- ¡Hola! ¿Sabes quien soy? -Preguntó, cuando lo tuvo delante.

Comprando algunas cosas para su próxima partida hacia el mar se encontró con un niño que le saludó amistosamente. Lo cierto es que le sonaba muchísimo, pero no lograba recordar bien de qué lo conocía. Ciertamente, esas cejas se le hacían muy familiares.

- ¡Hola! Lo siento, no sé quién eres...Pero tú a mi si, veo. ¿Nos conocemos de algo, verdad?¿Cómo te llamas?
Se agachó un poco para quedar a la altura del crío, le dedicó una amplia sonrisa y rebuscó entre sus bolsas hasta dar con un tierno bollo que había comprado en la panadería poco antes y se lo tendió.

-¿Quieres un poco? ¡Está recién salido del horno!
Si, los niños eran su debilidad. Había cuidado a muchos a lo largo de su vida, y disfrutaba cada vez que podía tratar con algun chiquillo. Además, por lo visto tenía buena mano con ellos. Y aún así, se había ganado una terrible fama de pedófilo que no podía sacarse de encima. Lo cierto es que era un poco ajeno a ése tipo de comentarios sobre él , pero era una lástima, de cualquier modo.

Sonrió ampliamente. La verdad es que no se esperaba que el español le tratase con tanta amabilidad. Le brillaron los ojos cuando vio al español sacar algo de su bolsa y regalárselo. Lo cogió y en menos de quince segundos ya lo había devorado. Estaba hambriento.

-¡Muchas gracias, desu-yo! -Exclamó con una sonrisa - ¡Eres mucho más amable de lo que decían!

Soltó una risita, de Antonio sólo había escuchado cosas como Ese estúpido español u otras cosas peores. Lamió sus propias manos fervientemente para acabar también con las migas del bollito. Sonrió de nuevo, aunque en el fondo se sentía un poco decepcionado porque no recordaba quien era.

-¡Me llamo Peter! -Exclamó, a ver si así se acordaba, por su rostro dudoso, parecía que aun no- ¡Peter Kirkland! ¡Sealand!

Esperó que diciendo eso se acordase de su existencia.

''¿Mucho más amable de lo que decían? ¿Pero qué dirán de mi?'' pensó, preocupado. No obstante, sus preocupaciones se fueron al verle tan feliz relamiendo sus dedos. Se alegró de que el panecillo le hubiese gustado: ¡era tan gratamente fácil hacer feliz a un niño!

¿Sealand? Sinceramente no tenía ni idea. Pero eso no es algo que pudiese soltarle así como así a la pobre criatura, así que sencillamente sonrió y asintió una vez con la cabeza.

-¿Kirkland? Eres familia de UK, Peter?

¡Claro! Eso explicaba de qué le sonaba tanto. ¡Tenía exactamente las mismas cejas que Arthur! Pobre niño, lo compadecía. Aún así, no pudo evitar preguntarse por qué un familiar de UK venía a visitarlo. Confiaba en que no fuese ninguna treta del rubio, pero... ¿Cómo podía sospechar de un niño? Le resultaba imposible.
-Dime, ¿Qué te trae por España? Debes de vivir lejos, ¿no? ¿Has hecho este viaje solo?

-Si...El tonto de Arthur es mi hermano mayor -Dijo mirando para otro lado, frunciendo el ceño. Caminó junto al español durante un rato, escuchando sus preguntas. Cerró los ojos al notar como rugía su estómago, pidiendo más comida. -¿Me das otro bollito? -Pidió, con los ojos brillándole con fuerza. Estaba que se moría de hambre.

Cuando escuchó la última frase, se quedó pensando durante unos minutos. Realmente, no sabía del todo bien por qué había decidido ir a visitar al español. Finalmente, dio la respuesta.

-Pues porque siempre Bakarthur hablaba sobre cuanto te odiaba, y creía que si venía a verte nos llevaríamos bien y nos haríamos amigos...¿Podemos ser amigos? -Preguntó mirándolo a los ojos. -Si, he venido solito, en barca, y luego andando...

Sonrió ampliamente al oír la demanda del pequeño. Le tendió uno de los bollos ( y esperaba que se contentase con esos dos por que no tenía más y no quería tener que decirle que no) y prosiguió la marcha.
La verdad era que para ser hermano de Arthur, era un encanto de niño. El corazón le dio un vuelco y después se fundió en un ataque de ternura ¡Que criatura más mona!

-¡Claro, claro que podemos ser amigos!- ¿Cómo podía negarse ante esos ojillos y esa expresión tan dulce? No pudo contener un achuchón cuando escuchó que había venido solo.

Le recordaba los tiempos en los que había llegado a cuidar a más niños de los que podía mantener. Una vida llena de alegría, en la casa resonaban las risas y los chillidos de todos aquellos crios de los que se había ocupado...
Se quedó inmerso un buen rato en sus pensamientos, sin soltar al pequeño de entre sus brazos. De golpe volvió a la realidad y dejó a Peter en el suelo con delicadeza.

-Ven, te haré algo de merienda y luego te acompañaré a casa. ¿Qué te parece?- y le dedicó una flamante sonrisa de esas que tanta fama le daban.

Cogió el bollo con ambas manos y se lo comió con algo más de pausa, saboreándolo un poco más. Estaba riquísimo, no tenía ni comparación con la que le ponía Arthur de comer, cuando aún se llevaban bien. Sonrió notablemente al dar su consentimiento para una amistad. Rió y correteó de un lado a otro alrededor de Antonio, feliz. Nunca ningún adulto le había tratado tan bien, y eso le hacía sentir complacido.

Notó como le cogía en brazos para abrazarle, y respondió a su abrazo, sonriendo. Le dio un besito en la mejilla como agradecimiento. Estuvo bastante rato ahí arriba, tanto que empezaba a marearse por estar a tanta altura.

-¿Merendar? -Repitió ilusionado - ¿Qué me vas a preparar, desu-yo?

Qué le iba a preparar...No lo sabía aún. Mientras caminaban en dirección a la casa del español, fue meditándolo. En casa había lo básico, y teniendo en cuenta que iba a ser algo de preparación rápida, no tenía demasiadas opciones. De golpe se le encendió la bombilla:

-¡Churros! ¿Cómo no se me había ocurrido? Ya verás, te encantarán. Són típicos de mi casa~

Dicho esto tomó al pequeño de la manita ( no fuese que se perdiese entre la multitud) y se dirigió a su casa. Después de colocar las pocas compras que había hecho, procedió a prepararle la merienda a Sealand.

Sonriente como siempre, solicitó la ayuda de Peter para preparar la mesa en el jardín. Después sacó los churros y un poco de zumo de naranja que acababa de preparar.
-Perdona Peter, pero no tengo leche. Tendrás que conformarte con el zumo, espero que no te importe. ¡Ten, pruébalo!- Le tendió una de las frituras mientras él mismo se comía uno.

Le habían quedado muy bien, y eso que hacía tiempo que no los preparaba. Y sabía por experiencia que a los críos les encantaban los churros, prácticamente sin excepciones.
-Y dime...¿Vives solo o con tu hermano? De hecho, no tenía ni idea que Arthur tuviese un hermano pequeño. Que bien escondido te tenía...

La verdad era que no tenía ni idea de lo que era eso de "churros", pero a lo mejor sabía bien. Notó la mano del español sobre la suya. Ahora que se fijaba, era la primera vez que alguien le cogía de la mano... ¿O Arthur lo hizo alguna vez? Lo cierto era que no se acordaba. Caminó hasta la casa del español, sorprendiéndose bastante al ver lo enorme que era en comparación con su plataforma de poco más de 200 metros cuadrados.

Ayudó al español a poner la mesa. No pudo evitar relamerse al ver entrar aquella comida de color amarronado. Cogió uno enseguida y se lo metió en la boca. Se quedó bastante sorprendido, sabía muy, pero que muy bien. Sonrió y cogió otro. Mientras terminaba de tragarse la segunda pieza le preguntó por su hermano.

-¡Pues claro que no vivo con ése idiota, desu-yo! -Exclamó- Vivo sólo en mi plataforma...

MIró al niño pensativo. Ahora ya tenía algo más en contra del inglés. ¡Abandonar a una criatura en medio de alta mar! .''Claro que mejor vivir solo que con ése...''pensó. Pero ése no era el punto, el caso es que el pobre chico vivía solo por culpa del UK. Decicidió que de vez en cuando se dejaría caer por ahí y ayudaría al pequeño en lo que necesitase. Bueno, eso cuando encontrase algún mapa donde quedase indicada la situación de Sealand, por que lo cierto es que no tenía ni la menor idea de dónde quedaba.

- ¿ Y como te las apañas para vivir ahí solito? ¡Eres admirable~! -dijo mientras le pellizcaba con los dedos índice y corazón la mejilla al pequeño con ternura. - Siempre que quieras puedes llamarme e iré a echarte una mano, ¿vale?

Entre ambos se acabaron los churros rápidamente. Él quedó lleno y satisfecho, pero con el estómago de un niño nunca se sabe, de modo que le preguntó a Peter si quería algo más para comer.
Se levantó de la silla y contempló el cielo. En no mucho tiempo anochecería, un par de horas a lo sumo. Bueno, Sealand podía quedarse cuanto tiempo quisiese, ya que pensaba acompañarlo cuando quisiese volver a casa. Revolvió sus rubios cabellos con una sonrisa. Era un niño muy mono, no había duda. A pesar de que se pareciese tanto a UK, él no era para nada irritante.

-Debes haber heredado los buenos genes de la familia...

Sonrió alegremente, no estaba acostumbrado a que le prestasen tanta atención, sonrió y le besó en la mejilla sin poder evitarlo. Era muy bueno con él, y se sentía contento. Se estaba empezando a plantear seriamente pedirle al español que lo adoptara, así al menos tendría alguien a quien abrazar cuando no estuviera del todo feliz, o alguien que le curase las heridas de las rodillas cuando se cayese al suelo debido al tanto correr.

-Pues me va bien, desu-yo. Roy* me ayuda cuando viene -Dijo con una sonrisa, que cuando escuchó lo segundo se ensanchó un poco más - ¿De verdad? -Saltó de alegría y atrapó a Antonio en un abrazo, todo lo fuerte que sus bracitos podían.

Miró al cielo junto con el español. Era muy tarde ya.

-Señor España...Mejor que me vaya...No quiero navegar de noche...Me da mucho miedo.




*Roy: el "rey" de Sealand.

Ah, era tan lindo. Sus mejillas sonrojadas como ciruelas en verano; aquellos hoyuelos tan graciosos que se le formaban al sonreír; sus ojos brillantes y emocionados; su voz infantil… ¡Que lindo! ¡No tenía otras palabras para describirlo!

-¿Estarás bien? Si quieres puedo acompañarte… Me sabe mal que hagas un viaje tan largo solo…

No sabía si era largo o no, pero se sentía responsable por el niño. Además, el mar que lo separaba de Inglaterra era bravo y traicionero. No era el peor, pero no era seguro para un niño tan pequeño…

-Te acompañaré al puerto, ni que sea. – dijo.

Y ya de paso, revisaría la embarcación de Peter. Si no la consideraba suficientemente segura, lo acompañaría él mismo. Sería lo mejor, y se quedaría más tranquilo…

Le miró a los ojos, sorprendidísimo.

-¿D-de verdad me vas a acompañar hasta el puerto? -Dijo con una sonrisa, alegre. ¡No se lo podía creer! ¿De verdad alguien como él se iba a molestar en llevarlo hasta el puerto? Se sintió totalmente feliz y volvió a abrazar al mayor.

Se echó a andar hacia el puerto, recorriendo antes de llegar muchísimas tiendas y mas de un puesto de pescado, lo que hizo que el joven se tapara la nariz con cara de asco. Cuando llegaron al embarcadero, se subió en un pequeño bote de madera algo viejo, donde cabía él y poco más. Empezó a desatar las cuerdas de uno de los postes que había en la orilla.

-Muchas gracias, señor España...Has sido muy muy bueno conmigo -Le dedicó una sonrisa angelical.

Se quedó atónito al ver aquel triste botecillo que apenas aguantaba las embestidas del aire.

-Espera… ¿Con eso piensas irte? Es más… ¿¡Cómo has llegado hasta aquí con ése… barquito!?-dijo.

Puso una mano sobre su hombro impidiéndole que continuase marchando.

-Mejor te acompaño yo en mi barco.

Cualquiera de sus más pequeñas embarcaciones era más grande y segura que la de Peter. Si no tuviese que volver, se la donaría gustoso, pero se anotó mentalmente hacer algo respecto al medio de transporte de Sealand, aunque tuviese que construir un navío él mismo.
Sus dudas acerca de la poco confiable seguridad de la embarcación del rubio se confirmaron cuando una ola la golpeó con un poco de fuerza y una de las tablas que formaba la barca se desprendió. ¡Por el amor de Dios, que desatendido estaba ése niño! ¿Cómo podía el cejotas permitir que su pequeño hermano tuviese que desplazarse de aquella manera? Ah, era indignante.
Tomó uno de sus más pequeños y rápidos navíos, que no necesitaba más de una persona para ser tripulado, acomodó algunos víveres para lo que pudiese durar el viaje y zarpó junto a Peter.

-Vas a tener que guiarme, ya que no sé dónde se encuentra tu casa- le comentó, con una sonrisa.

-Pues llegué y ya está -Dijo con una sonrisa- Y no te preocupes, que ahora vuelvo en él...

Pero no pudo, se quedó atónito a ver como una ola mandaba a su querido barquito a la mierda. Peter se quedó boquiabierto, incrédulo. ¿Cómo le podía haber pasado a su querida embarcación, que se esforzó muchísimo por que saliera a flote?

-A...Ah...-Le dolió en el alma que desapareciese. -N-no me lo puedo creer, desu-yo.

Decaido, fue hasta donde Antonio le trajo, se sentó en una esquina del barco, con un aura deprimida. Al rato, con ver el agua moviéndose y el barco surcando el agua con tanta rapidez, se le olvidó todo, miró de un lado a otro, canturreando.

España había calculado que como mucho, tirando a muuuy largo, la casa de Sealand estaría a unas horas de distancia, un día como mucho. ¿Cómo podría, si no, un niño en un botecillo llegar sano y salvo a…cualquier lado?

Por desgracia, la cosa no fue tan rápida. ¡Mar traicionero! De pronto, una densa neblina cubrió todo cuanto podían ver. El oleaje, al principio tranquilo y casi imperceptible, comenzó a empujar con mayor violencia el barco. La neblina parecía no apartarse, a pesar del viento que soplaba cada vez con más fuerza. El aire se cargó de humedad. Pronto Antonio intuyó que se habían metido de lleno en una tormenta.
Maldijo su fortuna e intentó hacer girar el barco. Con un poco de suerte, conseguiría salir de aquél banco de niebla y no llevarse la peor parte de la tormenta.
La lluvia comenzó. Gruesas gotas de agua caían con fuerza sobre la cubierta, y podían escucharse ya los truenos a lo lejos.

-¡Peter! ¡No te quedes ahí, entra dentro! – exclamó.

Por fortuna el barco, rápido y ligero, consiguió virar sin mayor dificultad que la que imponía el oleaje, el cual preocupaba a Antonio. El barco tampoco era demasiado resistente como para combatir una tormenta de grandes magnitudes, pero confiaba en poder salir de ahí antes de hallarse en el medio de la tempestad. Pero el riesgo de volcar seguía ahí.
Deseó que Peter no tuviese miedo de las tormentas, ya que él no podía ir a consolar los miedos del niño, ya que no había nadie más en el barco que pudiese hacerse cargo del timón.

Costó, pero consiguió apartarse lo suficiente de la tormenta como para poder anclar el barco e ir con Peter. También, necesitaba descansar. Entró en el camarote, buscando a Sealand con la mirada.

-Peter, ya pasó la tormenta…

Para el pequeño niño que muy de vez en cuando salía de su casa el viaje en barco era en un principio pura diversión, se pasó gran parte del tiempo mirando al mar desde proa, cerca de Antonio. Cuando la cosa empezó a desmadrarse, le pareció una aventura, algo que vivían los héroes (?).

Notó que de repente no veía nada...Todo blanco...¿Que pasó?

-¡¡¡AAAAH!!! -Gritó- ¡¡Estoy ciego, desu-yo!!

De fondo, el cielo se rompía transformándose en gotas de lluvia y truenos...Cosa mala. Escuchó la orden de España con esfuerzo, tanteó como pudo el lugar, hasta meterse en la pequeña habitación que allí había. Los truenos cada vez eran más fuertes, veía borroso por la niebla, que había llegado a colarse dentro del cuartillo. Se sentó en una esquina, temblando de miedo. Los ojos se le llenaron de lágrimas, que intentaba parar, pero es que no paraban. Escuchó la voz de Toño, alzó la vista, encontrándose con aquellos ojos verdes que le recordaban un poco a los de su hermano. Temblando, se abrazó al español.

-¡´Q-q-qué miedo! -Dijo entre lágrimas -¡No volveré a salir al mar, desu-yo!

Abrazó protector a la micro-nación tratando de infundirle un poco de tranquilidad. Estaba muy asustado, pobre. Acarició su pelo de color pajizo y lo cogió en brazos, dejando sus rostros a la misma altura.

-Shh… calma. Ya pasó todo. – Dijo mientras secaba sus lágrimas con dulzura- Hoy dormiremos aquí y mañana seguiremos el viaje, ¿Te parece bien? Así podremos descansar…Vamos, no llores más.

Se sentó con el niño aún en brazos en el camastro que había en el camarote. Le puso bien el sombrero y le quitó de nuevo las lágrimas de las mejillas. Seguidamente, apartó un poco el pelo de sus ojos, para poder verle bien.

-No digas eso… El mar es peligroso muchas veces, por no decir siempre. Pero tú eres muy valiente, Peter. ¡Conseguirás vencer a todas las tormentas que se te crucen por el camino! Y te convertirás en un gran hombre, un lobo de mar. ¿Qué me dices? – dijo.

Le dedicó una amplia sonrisa y volvió a revolver su pelo.