Eternal Conquist
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También se les pide que lean el post actualizado sobre las misiones, please~

 

 Conquista de Italia del Sur

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MensajeTema: Conquista de Italia del Sur   Conquista de Italia del Sur Icon_minitimeDom Jun 13, 2010 6:07 pm

Habían pasado dos días desde que zarpase de Cerdeña, con toda su flota armada hasta los dientes, con la intención de llegar hasta Nápoles, conquistarla y de ahí a Roma directo. Al corazón de Romano.
No había pasado ni una semana desde que le declaró la guerra a su antiguo subordinado, y ni tres desde que la isla había caído bajo dominio español. Había sido sorprendentemente (quizá no tanto) fácil invadir aquel terreno, los italianos apenas habían opuesto resistencia, y una vez izaron la bandera española en la plaza mayor de Cagliari, la población no mostró inconveniente alguno en proveer a los españoles de alimentos y munición para proseguir con su invasión. A Antonio eso le pareció extraño, mas no sospechoso; bien sabía que los italianos no eran grandes guerreros…ni pretendían serlo.

Estaban llegando a Nápoles. Una flota italiana se cerraba entorno al puerto, a unas pocas millas de distancia. Antonio hizo un rápido calibre de los navíos enemigos y del peligro que podrían suponer. Con cierto alivio constató que serían fáciles de vencer. En cuanto estuvieron a una distancia suficiente, ordenó el ataque. Y deseó que Romano no estuviese en ninguno de aquellos barcos, que en menos de una hora ya estaban destrozados, con sus tripulantes o bien en el agua o bien impotentes en los barcos que quedaban a flote, mientras los españoles se abrían paso con insultante facilidad hasta tierra.
Como respuesta a los cañonazos que recibían desde la orilla, los hombres de Antonio volvieron a cargar los cañones, dispararon con las armas de fuego de que disponían y se lanzaban al mar en botes a atacar cuerpo a cuerpo a los italianos.

Al tocar tierra, Antonio murmuró su última oración, que no se encontrase Romano ahí, por favor, que esté en Roma a salvo, aunque sea muerto de miedo, que no le agarre ninguno de mis hombres, que sea yo el primero en encontrarlo…
Confiando en la cobardía del joven italiano, agarró su hacha y se dirigió a tierra firme en uno de los botes.
Una vez ahí, mandó a sus hombres conquistar la ciudad con el mínimo número de muertos posible. A aquellos napolitanos que presentasen resistencia, que los aprisionaran, pero que no les arrebatasen la vida.

Sin embargo, el incendio producido por un desafortunado cañonazo, el pánico colectivo de los italianos, y la poca paciencia de sus propios hombres, pues no dejaban de ser piratas, bien instruidos pero piratas, precipitó los acontecimientos. Se derramó mucha más sangre de la que Antonio pretendía.
No pudo evitar el saqueo de la ciudad, la destrucción, el fuego, el dolor, la desolación en los ojos de los ciudadanos. Él mismo mató sin mostrar ningún asomo de duda a varios italianos que se lanzaron en un acto desesperado, suicida sobre él. Varias horas después, volvió a izar la bandera española en el centro de la ciudad invadida. No había visto a Romano. Esperaba que no se contase entre los centenares de heridos y la cincuentena de muertos que calculaba, ni entre los rehenes ni los prisioneros. Esperaba que estuviese a salvo, en Roma, que se enterase de lo que Antonio había hecho, que me entrase pavor y se rindiese ante él. Esperaba de veras no hacerle daño, pensaba el hispano mientras limpiaba el hacha de la suciedad, el barro y la sangre.

(HUHHH SANNNNNGREEE)
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MensajeTema: Re: Conquista de Italia del Sur   Conquista de Italia del Sur Icon_minitimeJue Jun 17, 2010 7:26 pm

Hacia un buen día en Roma.
Romano estaba empanado mirando el cielo, azul, en un principio parecía no tener ataduras de nada pero ya iba sintiendo un pequeño hueco en su corazón que le robaba la libertad. No tenía ni idea del día en que España iría a conquistarlo. Alfred le dijo que iría con sus tropas en un tiempo (las distancias son tremendas), pero sospechaba en que se le olvidaría o algo, estúpido americano, igual, solo le hizo la alianza para aprovecharse de el y reírse (desde la carta…), el estúpido era el ahora.
Desde hace mas de 3 días que no podía dormir, tenía miedo de hasta su propia sombra. Empezaba a sentirse un tanto esquizofrénico, pendiente de cuando Antonio aparecería en su puerta con una hacha en la mano y esa mirada parte de su personalidad que nunca llegó a conocer (pero bien que oyó hablar de ella)
Estaba caminando por los alrededores del Vaticano, hace una media hora que lo habían llamado por nosequeasuntos sin mucha importancia, tampoco quería alejarse mucho por si después resulta que tenía que quedarse y le echan la bronca. Notó como alguien detrás de él gritaba una especie de “¡AGHASK!”, ¡que coño! Se giró, era Gabriello, el nuevo pirata que se le había sumado, el chico apenas tenia 15 años, era un poco (bastante) lerdillo, y se encargaba básicamente del trabajo sucio. Estaba tirado en el suelo manchado por el barro (acababa de tropezar), no pudo evitar suspirar resignado. Se acercó al chaval y lo ayudó a levantarse.
-Niño, que si vas tropezándote por la vida vas a acabar con la cara deformada gracias a la erosión, HAHAHA-
-Ca-capitán- Tenía lágrimas en los ojos y se le notaba nervioso- Tengo un mensaje del teniente Luigi, es urgente-
-… ¿Qué paso?- Algo le daba mal rollo
-Han…han...OH, capitán, yo, lo siento mucho yo…- Se había puesto a llorar- ee—s-apes.a-d - ¡Y tartamudeaba! ¡La leche!-
Romano le pego una bofetada al chico
-¡Coño, que hables, ya, y deja de ponerte nervioso!-
-¡Españoles!.... ¡Nápoles y…Ce-Cerdeña!-
-………………………………….- Se había quedado de piedra
-Lo han conquistado capitán, yo pude escaparme por los pelos, la mitad de los hombres están, o muertos, o capturados, Luigi se ha quedado ahí, no se que ha pasado, yo…yo…-Se sonó la nariz intentando aguantar el llanto- te-tengo mucho miedo, los españoles son grandes y arrasaron con toda la ciudad básicamente, ¡vienen hacia a Roma! ¡VAMOS A MORIR TODOS! ¿QUÉ PODEMOS HACER? ¡AAAAAAAAAA!
Volvió a darle otra bofetada
-¡CHE PALLE! ¡CÁLLATE YA! ¡Me pones más histérico de lo que estoy! ¡VOY A PIRARME!-
-¡Capitán! ¡No puede hacer eso!-
No, realmente no podía, tenía que quedarse ahí y dar la cara, igual, daba la cara, y se piraba a última hora, si lo atrapan, suplicar por tu vida, decir que eres un buen italiano y virgen, ¡y seguro que funciona!
-¡vete de aquí! Avisa a todo dios que veas, que se escondan en las casa, que huyan, que se tiren al mar, ¡LO QUE SEA! Solo quiero hombres que mueran por Roma y su independencia italiana ¿lo pillas?, ¡VETE!-
Romano vio como el chico salio corriendo (sin antes tropezarse mas de 3 veces), el se quedo 5 minutos ahí muerto de miedo, se le acercaba la hora. Aviso al papa, y a unos cuantos de sus tripulantes. Se guardó la espada, y agarró una botella de ron y empezó a bebérsela mirando el crepúsculo. Que puto miedo tenía, en cualquier momento divisaría a lo lejos a España y sus españoles con mala leche, dispuestos a hacer de Roma parte de España.



(OOH NOOO SANGRE NOOOOOOOOOOOOO)
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MensajeTema: Re: Conquista de Italia del Sur   Conquista de Italia del Sur Icon_minitimeLun Jun 21, 2010 8:56 pm

Habían decidido llegar hasta Roma por mar, para facilitar el transporte de lo necesario, armamento y munición, para llegar a la desembocadura del Tíber y remontarlo hasta Roma. Lo bueno del plan es que el río les permitiría alcanzar el centro de la ciudad sin demasiadas dificultades. Con unas cuantas embarcaciones llenas de hombres que fuesen bajando por el recorrido y abatiendo la resistencia… Sí, era un buen plan. (?)
Antonio iba en la segunda de las embarcaciones, ya que la primera era la que se estaba llevando gran parte de los mayores daños. Debía llegar lo más sano posible al final de aquella empresa, por que sin él poco podrían hacer sus hombres frente a los italianos.

La situación empezó a ponerse un poco fea al atravesar la primera línea de defensa de los italianos: cuando ya los habían pasado de largo, se habían reorganizado y volvían a atacar con los cañones, recibiendo pues la flota española la oleada defensiva por todas direcciones.
Consiguieron derribar el mástil, que cayó en medio del barco de un ensordecedor golpe seco, con tan mala suerte que cayó sobre algunos hombres, que murieron sepultados por el peso de la enorme asta. Antonio se apartó de un salto justo a tiempo. El corazón le latía a gran velocidad, movido por la adrenalina que el peligro le propiciaba.

Se asomó por la borda y buscó a Romano con la mirada entre la humareda de explosiones y pólvora, entre los gritos, la sangre y el gentío. Tal y como supuso, no estaba. ‘’Demasiado cobarde para mostrarte en plena batalla, cierto, Romano?’’ . Debía estar en algún lugar relativamente seguro, escondido y temblando. La imagen le conmovía al imaginarlo, pero no podía dejar que eso influyese en sus movimientos estratégicos.
Los habían sitiado dentro de su propia ciudad, pero no importaba, tenían reservas suficientes, lo que necesitasen podían tomarlo de la ciudad y además todo estaba resultando bastante sencillo.

El ejército italiano era pésimo. No se organizaban bien, la mayoría huía en mitad del combate, no tenían experiencia, estaban confusos, no había manera de ponerse de acuerdo… Se estaba convirtiendo en un verdadero caos. Antonio no podía evitar sentirse divertido a causa de todo el desorden de la tropa enemiga. ¡Cómo podían ser tan nulos! Romano se lo ofrecía todo en bandeja de plata.
Se abrió paso a través de los desesperados italianos hacia el ayuntamiento, desde donde pensaba proclamar toda la ciudad como española, tal y como había hecho anteriormente en Nápoles y en Cagliari.

Si bien al principio la ausencia de Romano entraba dentro de sus cálculos, no le parecía normal que aún no hubiese dado la cara. Era cobarde, pero ninguna nación, ni siquiera la cobarde Italia, dejaba que la tomasen sin oponer prácticamente resistencia. Sobretodo a sabiendas de la importancia que tenía el hecho de presentar la cara en una batalla por la patria.

Sin una nación al frente, los hombres se sentían desamparados y no había nada que alentase a sus compungidos corazones de continuar luchando. ¿Seguir adelante? ¿Ganar, vencer? ¿De que servía todo eso si no había patria por la que luchar? ¿Quien lucha? Esos eran los sentimientos de los soldados que se sentían solos en la batalla. Las naciones debían estar ahí para volverse un punto de referencia, una esperanza, el orgullo y ese algo por el que luchar. Toda nación sabía eso. Toda nación tenía esa pizca de orgullo. Por eso Antonio no entendía, ¿Dónde estaba Romano? No podía seguir huyendo mucho más. Y de ser así, le perseguiría, por que hasta que él no fuese enteramente suyo, ya podía ir declarando ciudades como españolas, que no dejarían de ser parte de Italia.

[ Justo acabé el post cuando te fuiste a dormir. Pero justo. Encima suppa pronto, me quedao con el moco... Bueno btw NO tengo ni la más rempota idea si el Tíber puede remontarse con una embarcación, especialmente de la grandaria de estas, ya sea por que el fondo pues como que...no dé o bien por que ...hay puentes y'know...así que ignoremos eso. Tampoco sé si con llegar al centro de la ciudad barriendo todas las defensas basta para considerar esa ciudad conquistada, me imaginaré que sí, ea (?) in any case, hasta que Romano no lo afirme, no sé, pongamos que firme un contrato o algo así (?) la tierra conquistada no será 100% española. Whatevah]
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MensajeTema: Re: Conquista de Italia del Sur   Conquista de Italia del Sur Icon_minitimeJue Jun 24, 2010 8:01 pm

El caos en Roma era bestial.
Le dolía todo en el fondo del alma, tenía que buscar al menos una mínima forma de organizar todo ese barullo de gente gritando, corriendo, ¡hasta se pegaban entre ellos! ¡Coño! ¡Italianos entre italianos no idiotas, a por los españoles joder!
Muy a lo lejos logró divisar los navíos españoles, al estar bastante alejado, vio el humo que provocaban estos a la ciudad, pero en ningún momento divisó a Antonio.
¡Su preciosa Roma! Romano empezó a reír a carcajadas por no llorar (ignorando las miradas de extrañeza de algunos) Salió corriendo al ayuntamiento, en el camino reclutando gente, era italiano, si, un cobarde, pero no estúpido, tenía que poner orden dentro del desastre, aun que sea mínimo, si al final su gente acababa malinterpretándolo y era peor…
Consiguió más de 20 personas, sin contar a sus hombres. Entró en el edificio, empujando a unos cuantos que se le tiraban encima diciéndole unas cuantas cosas en su idioma que, en esos momentos no entendía nada, sus pensamientos eran tan fuertes que taponaban el jaleo que había hacia su alrededor.
En algunas esquinas divisó a unas cuantas mujeres junto con niños, mandó a unos cuantos que se los llevasen a todos de ahí a un lugar más seguro. Por que iba a liarla parda en el ayuntamiento.
Subió a una mesa (?), y gritó a todo pulmón a la gente que se callara. Los italianos pararon de pegarse entre ellos, rezar, gritar, llorar, hasta habían algunos que se reían… todos para girarse a ver atónitos a Romano.
-A ver, bien, ahora que tengo vuestros oídos…- Les echó una mirada general a todos - ¡Que lo tenemos chungo! ¡Mucho! Pero vamos a ponerles difícil tomar Roma, ¿Dónde esta vuestro espíritu italiano idiotas? O por una vez me hacéis puto caso, o esto va a salir muy mal.
-¡Pero ya han conquistado Nápoles y Cagliari! ¡Ya no podemos ganar! ¡Es un desastre!-
-¡Los españoles nos conquistan!-
-¡NOS VA A SALIR PAELLA POR LOS OJOS!-
Y todo el mundo volvió al barullo del comienzo. Romano pego un tiró al techo callando a todo el mundo.
-¡COÑO! ¡Qué ya se todo eso! ¡Pero todavía hay esperanza! ¿Queréis ver, acaso, como los españoles se ponen a bailar flamenco en medio del vaticano?
-… ¡NO!
-¿QUERÉIS VER LA PUTA BANDERA DE ESPAÑA ENCIMA DE MIS NARICES?
-NO
-¿QUERÉIS DEJAR DE COMER PASTA PARA COMER JAMÓN IBÉRICO?
- NOOOOOOOOOOOOOOOO
- ENTONCES VAMOS A ROMPERLES EL CULO A LOS ESPAÑOLES
- EEUEUEUEUEUEUE
Todo el mundo empezó a volverse de nuevo loco, pero, Gabriello gritó entre la multitud.
-¡Capitán! ¿Cómo lo haremos? ¡Ya casi no nos queda armamento! ¡Y menos en el ayuntamiento! – La gente volvió a callarse, coincidiendo con la opinión del chico-
Romano se quedó pensando, es verdad, estaban muy mal, en el ayuntamiento apenas había una cocina, salas, documentos… Bajó de la mesa, tirando su botella de ron ya vacía por ahí… y entonces se le ocurrió algo.
Igual, no ganaban, pero no iba a ponérselo tan en bandeja a España.
-Vamos a darle con todo lo que tengamos, cuchillos, cucharas, ¡quitaros los zapatos y se los tiráis en la cara! ¡En la cocina hay cosas! Traer las hoyas con agua hirviendo, las ponéis en el piso de arriba y cuando entren ¡ZAS!, los civiles que se queden defendiendo y tirando cosas desde atrás – Acto seguido señaló la zona trasera del salón principal- Mis hombres estarán dando la cara en primera fila con las espadas y demás…-Notó como sus chicos ponían muy mala cara., MUCHA, bueno, ¡Es lo que les tocaba! Que no se quejaran – Gabriello –Le puso una mano en el hombro al chico- Quiero que seas el que ponga orden entre la gente, una mitad, que vaya a la cocina a agarrar cualquier cosa, CUALQUIER COSA, ¿me entiendes? Se las vas a tirar por arriba, igual que el agua, y otra parte detrás también, en cuanto se recuperen los españoles, SALIS CORRIENDO, quiero que la mayoría de civiles no muera.
Gabriello asintió a todo lo que Romano dijo, en el fondo, se sentía orgulloso, su nación acababa de nombrarle de alguna forma jefe y darle su confianza. Corrió hacia los demás, empezando a mandar. Todos los italianos se pusieron a sus puestos dentro del recinto, acatando las órdenes del chico.
Que puto desastre se iba a armar, Lovino se acercó a la ventana, divisando ya a los españoles, no les quedaba nada, en menos de 10 minutos estarían entrando en el ayuntamiento. Se dirigió a su lugar, en el centro con sus hombres, la mayoría estaban temblando de miedo, iban a ser los que principalmente darían la cara.
Romano tenía mas miedo que verle la cara al propio Satanás, aún así, intento mostrarse lo más sereno posible, si flaqueaba, todo se iba a ir a la mierda. Le dio dos palmadas a uno de los chicos que tenía al lado, este simplemente lo miro y volvió su mirada al frente, con la mano en la empuñadura de la espada.
-Aguantaros un poco, en cuanto entren, los de arriba empezaran a tirar cosas –Señala a los civiles que estaban ya en sus puestos en el piso de arriba- En cuanto se líen los españoles, vais, a saco, ¿eh? A SACO, no penséis en nada, solo en la espada y lo que tenéis que hacer….-Suspiró, sus hombres asintieron-
No estaba seguro si iban a hacerle caso, esperaba que si, igual alguno salía corriendo en cuanto entraban, pero, el, sabia, no iba a hacerlo, esta vez no.
Miró hacia la derecha, donde vio a Gabriello, que ya había cumplido parte de su trabajo, le dedico una sonrisa, se había encariñado con el chaval, que coño.
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MensajeTema: Re: Conquista de Italia del Sur   Conquista de Italia del Sur Icon_minitimeDom Jun 27, 2010 5:40 pm

Entraron en el ayuntamiento con la cautela de hombres borrachos y se precipitaron hacia los pisos superiores con igual frenesí. No había nadie en todo el vestíbulo ni en las estancias que se desperdigaban a lo largo del primer piso, lo cual era infinitamente sospechoso. Antonio avanzó con más precaución que sus hombres, buscando con la mirada algún indicio de que aquello pudiese ser, en conjunto, una trampa.

Del piso de arriba escuchó el grito de sus hombres lanzándose al ataque entremezclados con los de los italianos, cuya posición no podía adivinar, pero que debían ser muchos (a juzgar por las múltiples maldiciones en italiano). Después oyó el entrechocar de algo que desde luego, estaba hecho de metal, pero no sonaba como espadas. Antonio subió corriendo las escaleras, con la espada en una mano y en la otra la pistola.

No le gustó nada lo que vio. Algunos de sus hombres yacían en el suelo, muertos o heridos, los otros no podían avanzar y todo se debía a que en la otra punta del pasillo había un frente de italianos que lanzaban… de todo. Cuchillos, tenedores, la vajilla entera, sillas, mesas (más bien partes de ellas) e incluso algún zapato alcanzó a divisar.

¡Por el amor de dios! ¡Era patético, insultante! Los italianos no tenían armas como tales, pero ponían mucho empeño en lanzar objetos contundentes. Los hombres de Antonio, que no disponían de armas de largo alcance, no eran capaces de acercarse.

Divisó a Romano, en primera línea de batalla. Tenía que acercarse a él de algún modo.
Por fortuna, había estado en aquel lugar bastantes veces anteriormente y podía decir que lo conocía bien. Podría acceder al bando de los italianos desde atrás si bajaba las escaleras y subía por las escaleras que había para uso del servicio, que se encontraban detrás de las primeras. Lo dejarían en el pasillo situado paralelamente respecto al pasillo principal, y si no había calculado mal, detrás de los italianos.

Así pues, antes de llegar a ser visto, volvió sobre sus pasos y bajó las escaleras corriendo, cruzó el vestíbulo, subió por las otras escaleras, las del servicio, y alcanzó el pasillo que lo conduciría al bando enemigo. Agarró algunos objetos contundentes con tal de pasar más o menos desapercibido. Confiaba en que la desesperación de los italianos les impediría ver quien era él realmente, pensando que sería alguno de los suyos que regresaba con más munición.

La treta dio resultados satisfactorios. Se abrió paso entre los italianos teniendo mucho cuidado de que Lovino no le viese, ya que él sí lo reconocería. Pronto se halló tras él. Los italianos ya no le prestaban atención, continuaban arrojando sus improvisados misiles contra los suyos, que comenzaban a tomar lo que caía a su alrededor y arrojárselo de vuelta a los italianos. Antonio sonrió satisfecho, sus hombres habían reaccionado bien. ¡Estúpidos italianos, que no habían caído en eso!

Sacó la pistola, con cuidado, escondiéndola bajo el cuadro que había tomado prestado para ‘’camuflarse’’. En un movimiento brusco y certero, lanzo el cuadro, apresó a Romano entre sus brazos, impidiéndole movimiento alguno, incluidos brazos y piernas, y presionó sus sienes con la boca del cañón de la pistola, dando un paso adelante y girándose de cara a los italianos, de manera que pudiesen ver perfectamente la situación de su país.

-DETENEOS- gritó a viva voz.

Se hizo el silencio. Los italianos se quedaron inmóviles, temerosos por la vida de su país , mientras que los españoles se acercaban cubriendo las espaldas de España.
Antonio presionó a Romano en su apretado abrazo, sin dejar de apuntarle. Sus hombres rodeaban a los italianos acechándoles con el filo de sus espadas.

-Ríndete. Has perdido. – Le susurró al oído amenazante- Tus hombres ya no pueden atacarnos. Roma está tomada, y pronto lo estará el resto de Italia del Sur. No puedes hacer nada por evitarlo.
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MensajeTema: Re: Conquista de Italia del Sur   Conquista de Italia del Sur Icon_minitimeMar Jun 29, 2010 11:29 am

En cuanto entraron los primero españoles al salón, sus hombres reaccionaron como el había indicado, suspiro en el fondo de alivio (menos unos que si, salieron corriendo por el miedo) Esperaron, viendo la sorpresa de estos cuando les cayó el ataque por arriba de los italianos, derribaron a unos cuantos y luego gritó fuerte para que corrieran a por ellos.
No logró ver a Antonio en ningún momento, el miedo lo comía por dentro, pero eso mismo era lo que lo empujaba a ponerse a luchar contra los españoles cuerpo a cuerpo, sintiendo como la adrenalina corría por sus venas (?)
Dio una cuantas estocadas, siempre esquivando el ataque de los ibéricos, corriendo de un lado a otro buscando a España. ¿Dónde coño estaba? Tenía que aparecer. Sintió una punzada en su brazo, y al girarse vio como en su momento de anonamiento mental uno de los piratas de Antonio le dio un espadazo en el brazo. Se movió rápidamente hacía atrás, esquivando otro ataque más que le caía encima, para darle un cabezazo (de esos que Romano sabía dar tan bien) y alejarse de ahí cogiéndose su brazo en un intento de parar la hemorragia.
No habían pasado ni 30 minutos y ya estaba cansado, jadeaba por el dolor y maldecía por lo bajo, viendo todo el caos que se producía. Notó por un momento algo extraño en la forma de moverse de los españoles, soltó su mano del brazo, para girarse.
Entonces lo atraparon de pies a cabeza apuntándole con un arma.
Por la sorpresa soltó un leve “chigi”
Claramente, la persona que tenía detrás de él era España, lo reconoció tan rápido por que estaba ya acostumbrado de alguna forma de sus abrazos repentinos por detrás.
La única diferencia era, que no eran uno de esos abrazos repentinos por detrás que los hacía con ganas de achucharlo. Lo tenía tan apretado que dolía, especialmente el brazo que le estaba sangrando, pasó una vista por este, muerto de miedo, viendo como manchaba un poco con su sangre la ropa de España.
Se le fue el aire de la boca en cuanto Antonio pegó el grito parando básicamente a todo el mundo, quedando en silencio, le resultaba muy incómodo.
Escucho atentamente los susurros que le dio España al oído, su cuerpo le temblaba, pero estaba tan atrapado por el ibérico que lo estresaba más y aumentaba sus ansias y el descontrol que le producía. Se mordió el labio aguantándose las lágrimas. Estaba muerto de miedo.
Quería decirle a Antonio desesperadamente que si, que se rendía, pero tenía tanto miedo que ni siquiera podía hablar, y menos asentir con la cabeza, ya que tenía la pistola apuntándole la nuca. Por un momento pensó que, que mas da si le mataban ahí, podría Feliciano ocupar su lugar, seguro que nadie lo echaba de menos.
Cerró los ojos con fuerza, y con una mano empezó a darle pequeños golpecitos suaves a la cadera de Antonio para que lo soltara un poco y poder al menos, intentar decirle algo, por que si seguía así iba a acabar mal.
Tenía tanto miedo, mucho, no quería darse ni siquiera la vuelta para verle los ojos. Empezó a sollozar por lo bajo un poco, el corazón le latía con fuerza y los nervios se habían apoderado de su cuerpo.
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MensajeTema: Re: Conquista de Italia del Sur   Conquista de Italia del Sur Icon_minitimeJue Jul 01, 2010 6:11 pm

Los italianos, estupefactos, no reaccionaban. Se habían quedado inmóviles, sus bocas entreabiertas, sus ojos incrédulos. Habían confiado en su victoria, pero ahora la realidad se cernía sobre ellos como un águila rapaz sobre su pobre presa. Iban a perder Italia. Iban a sufrir. Iban a ser torturados, violados, saqueados. Iban a morir. Algunos empezaron a sollozar en silencio. Otros cayeron al suelo, pues las rodillas les flaqueaban y no tenían fuerza ni ánimo sus compañeros para sostenerlos.
Los españoles los rodearon, dejándolos aún más indefensos. Les apuntaban con sus armas y los obligaban, entre gritos, empujones y patadas, a separarse los unos de los otros.

Antonio cesó su presión, dejando al italiano libre, pero recordándole con un suave golpecito de la pistola que no sería para él conveniente hacer movimientos precipitados. Se colocó frente a él y con la mano libre, comenzó a palparle, buscando cualquier arma escondida entre la ropa. Notaba que Romano se sonrojaba, incómodo ante aquella inspección tan indiscreta, pero no dijo nada. Si que era cierto que estaba toqueteando algo más de lo que hubiese sido realmente necesario, incluso haciendo una revisión exhaustiva como era el caso. Pero aparte de algunos farfullos entre dientes, Romano no se negaba. Sabía lo que le convenía en aquel momento, no era tonto. Le quitó un puñal de la bota y una pistola del cinto, y los arrojó a uno de sus hombres, que los agarró de milagro cerca del suelo.

Al ver la camisa ensangrentada, se percató de la herida de Lovino. Estaba sangrando aún. Cogió la camisa del propio Romano, desgarró un poco la tela con la navaja y separó de un tirón una tira de la tela para amarrarla al brazo de Romano y detener la hemorragia. Lo hizo con pocos miramientos, lo justo para hacerlo bien y evitar que el italiano se desangrase. Muy diferente a como solía hacerlo cuando era pequeño, que lo colmaba de mimos para hacerle sentir mejor (aunque él repitiese insistentemente que no los necesitaba para nada).

-Vamos. – le dijo. –Hacia la oficina del alcalde.

Dándole un golpecito con la boca de la pistola en la espalda, le indicó que se pusiera en marcha. El alcalde había huido hacía mucho tiempo, nada más los españoles se pusieran rumbo a la capital, junto a su amante, dejando a la mujer y a los hijos en Roma. Se sospechaba que habían tomado un carro hacia el interior de la Toscana, pero nunca se sabría a ciencia cierta lo que fue de él. Pero aquello no importaba. En el despacho había multitud de papeles en blanco preparados para ser escritos y convertirse en documentos importantes, oficiales.
Abrió la puerta, que era vieja, resistente y majestuosa, resaltando y haciendo ostento de la importancia de la persona que ocupaba ése despacho. Empujó a Lovino a dentro, y lo guió hasta la alta silla, tan ostentosa como la puerta y el resto del mobiliario, lo obligó a sentarse y apartó el arma de su sien.

-Bueno, vamos a hacer esto bien. –comentó.

Rodeó la mesa, rebuscó entre los cajones hasta dar con la pila de papeles por la que había venido a esa sala, tomo uno, volvió hasta la mesa y de un golpe lo plantó frente a Romano, que no pudo evitar dar un saltito por el sobresalto del golpe.

- Yo, Romano Vargas, Italia del Sur, me declaro propiedad del Reino de España. Escríbelo. – Le colocó la pluma en la mano y le acercó el tintero.- Como puedes ver, no estoy apuntándote con ninguna arma. Lo haces por que quieres.

A pesar de sus palabras, ambos sabían que estaba obligado a hacerlo, pues no le quedaba otra. Puro cinismo.
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MensajeTema: Re: Conquista de Italia del Sur   Conquista de Italia del Sur Icon_minitimeJue Jul 01, 2010 9:51 pm

Un enorme alivio recorrió su cuerpo en cuanto Antonio lo soltó un poco, aún así, seguía con ese miedo constante, sentía como si le hubieran pegado un gran golpe de realidad en la cabeza.

Un rubor tiñó sus mejillas cuando sintió sus manos recorrerle el cuerpo, quitándole las posibles armas que tenía, se sentía indefenso, humillado y acosado, no iba a insultarle en la cara, primero por que así se jugaba la vida, y después, estaba tan shokeado por el miedo que apenas le salieron algunos farfullos incoherentes que ni siquiera él mismo comprendía. Notó como Antonio se tensó un poco al notar la herida del brazo, por inercia quiso poner su mano en esta para taparlo, pero, entre que el hispano le arrancó parte de su camisa y su mano se quedó a medio camino, no hizo absolutamente nada.

Escoció mucho cuando Antonio le vendó con fuerza el brazo, algo por dentro le comía el alma, pensando que esa era la primera vez que Antonio era tan bruto con el, demasiado, tenía ganas de abrazarse a el mismo, sintiéndose solo y deprimido, pensando, cuando era pequeño, lo aborrecía de los mimos que le daba con solo pincharse un dedo.

Caminó algo tensó a la oficina, entrando el primero empujado por Antonio, divisando los documentos en esta y que en general el lugar no había sufrido daños, siguió las indicaciones de Antonio al pié de la letra, sentándose en la silla, dándole una mirada general a los hombres de España con temor, algunos le hacían burla con los ojos, Tsk.

Tensó su cuerpo, reprimiéndose las ganas de salir corriendo llorando de ahí en cuanto escuchó a Antonio dirigirle la palabra, en ningún momento se atrevió a mirarle a los ojos, pensaba que iba a caerse realmente abajo si llegaba a hacerlo. Siguió a Antonio con la mirada cuando sacaba los documentos de los cajones. Sin darse cuenta, desvió su mirada a la ventana, mirando el cielo, había perdido totalmente la cuenta de que hora sería, le dolía el cuerpo y temblaba un poco.

Antonio le sacó de su falta de atención poniendo en frente suya un papel blanco con fuerza, dando un respingo asustado, se quedó mirando la hoja en blanco y escuchando lo que le decía el ibérico. “Yo, Romano Vargas, Italia del Sur, me declaro propiedad del Reino de España. Escríbelo. Como puedes ver, no estoy apuntándote con ninguna arma. Lo haces por que quieres.” ¿¡Qué lo hace por que quiere!? Ni de coña vamos. Romano bufó, al menos le salió un bufido, eso era algo.

Cogió la pluma con fuerza, sin separar la vista de esta, notaba como todos en la sala lo estaban apuñalando con la vista, realmente era incómodo, mucho, era humillante. Acercó la silla a la mesa para tener el papel mejor a la vista, haciendo ruido, se acomodó en esta… ¡Joder! ¿Por qué tenían que estar mirándolo de esa forma? ¡A-así no podía hacer las cosas! Volvió a acomodarse en su asiento, llevando la pluma al tintero, su mano temblaba, consiguió meterla, manchando la pluma, y la acercó hasta el papel.

Antes de empezar a escribir, levantó la cabeza, ahora sí, encontrándose con la mirada seria y dura de Antonio, apagada, ya no tenía ese brillo inocente que le regalaba con sus sonrisas cada vez que lo veía, y no sabía por que, sintió otra puñalada más contra la realidad de las cosas. Ahogó un sollozo, si explotaba ahí iba a ser realmente humillante, tenía que al menos salvar un mínimo del poco orgullo que le quedaba.

Empezó a escribir lentamente lo que le dijo Antonio, tenía ganas de agregar un “este hijo de puta mal nacido me obligó a hacerlo” Pero era infantil y de niño pequeño, además seguro que le rompían el papel en la cara, le daban una paliza y le volvían a decir que lo escribiera. Acabó, agregándole su firma al papel, y suavemente lo empujo hacía delante, para acercarlo a Antonio, mientras se recostó en el respaldo de la silla suavemente, soltando sin darse cuenta la pluma en el piso.

-Y-ya está, ya lo has conseguido, Italia del sur es tuya…- Su voz flaqueó, y no le salió como esperaba, le había costado realmente hablar si en todo ese tiempo no había llegado a hacerlo.

Vio como los hombres de Antonio se miraban entre ellos satisfechos y orgullosos, a saber lo que le esperaba ahora, poco podía hacer. Se levantó suavemente de la silla, mirando al suelo, iba a tener que obedecer lo que Antonio le dijiera (ahora) por que si no…se lo venía venir, y eso le daba un pánico enorme. Notó como Antonio se acercó a él y lo único que le salió en eso momento, algo bajo fue un “no me hagas nada por favor”
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MensajeTema: Re: Conquista de Italia del Sur   Conquista de Italia del Sur Icon_minitimeMar Jul 06, 2010 7:26 pm

Con aquel papel, ya todo tocaba a su fin. La batalla había terminado, todo perfectamente de acuerdo a sus planes. Debería sentirse satisfecho, pero en su interior rezumaba como ponzoña la culpabilidad, la conciencia dolida. Ver a Romano aguantando el temblor de su cuerpo, con la cabeza gacha para que no se le vieran sus ojos llorosos, su voz rota. Deseaba que aceptase pronto su situación, que fuese el de siempre, o aquello los consumiría a ambos. La miel de la victoria se volvía más agria que la hiel cuando pensaba, nuevamente, que quizá Romano no lo perdonaría, que lo había traicionado, que ya no serían ni familia, ni amigos, ni nada. Nada para él. Le oprimía el corazón, pero ya estaba hecho, debía mantenerse firme.

Dio un paso y agarró el papel que Romano le tendía, sin prestar atención a sus palabras susurradas con miedo. Lo dobló cuidadosamente en tres partes y le puso el sello perteneciente al propio alcalde. Seguidamente se lo entregó a un hombre que se hallaba a pocos pasos de él.

Era el único que no cambiaba su cara de agria seriedad por las sonrisas burlonas del resto de los hombres. Se mantenía completamente tieso, con los brazos cruzados, imponente. A pesar del calor, llevaba ropas gruesas y gastadas, que no obstante se veían de buena calidad, con dos grandes sables a cada lado de su cintura. Una enorme cicatriz le cruzaba la frente de lado a lado, dándole a su aspecto un toque más siniestro, junto a su fija mirada penetrante y severa. Aquel hombre, de nombre Alfonso y apellido desconocido para la mayoría, se había convertido por méritos propios en la mano derecha de España. No era demasiado mayor a pesar de parecerlo, pero la vida le había jugado todas las malas artimañas posibles, haciéndole desdichado en todo y demasiado afortunado en batalla. Patriótico hasta la médula, había arriesgado su vida en más de una ocasión con tal de proteger a Antonio de un ataque a traición o cualquier otra circunstancia que pillase desprevenido al ojiverde. Se vio obligado a renunciar a su posición como capitán de las tropas españolas, al frente de las cuales había batallado en innumerables ocasiones, pero Antonio le brindó otra oportunidad, pues no había como él nadie que pudiese ayudarlo en los azares de la navegación y la piratería. Así se convirtió en su confidente y su mano derecha.

Alfonso tomó el papel y lo guardó a buen recaudo entre sus ropas. Antonio le dio la espalda a Romano y envió fuera a sus hombres, a preparar su barco para que estuviese listo para zarpar. Cuando se quedaron a solas los tres, Antonio volvió a dirigirse a Alfonso:

- Te dejo al mando, Alfonso. Voy a volver a casa con Romano. Quiero que me mantengas informado regularmente de todo, te dejo vía libre. Volveré en unos meses, si no se me necesita antes. Y sinceramente espero que no…

- Por supuesto señor.- contestó Alfonso inclinando levemente la cabeza en señal de respeto- puede usted volver a España tranquilo.

- No me cabe duda- sonrió Antonio- Sobretodo vigila que la iglesia no meta mucho las narices. Y no seas demasiado malo con los italianos-añadió mirando a Romano de reojo- Mi deseo es que sigan con su dolce vita de pasta y tomates, solo que…ahora mandamos nosotros. Bien, nos vamos.

Alfonso no dijo nada, limitándose a asentir a cada comentario del otro. Antonio estaba seguro de que pondría a la gente conveniente en los puestos importantes y se encargaría de regularizarlo todo para que la regencia sobre Italia fuese como una seda.
Lo primero era volver a España con Romano e instalarlo ahí. Posiblemente para siempre, pensaba él con una agridulce mezcla de satisfacción y pena. Si se quedaban, Romano sacaría pronto fuerzas de flaqueza y habría no solo más revoluciones de las deseadas (pues siempre hay alguien que se rebela al yugo de los países invasores) sino que más pronto. Llevarse a Romano implicaría que los Italianos tardasen más en reaccionar, así como haría evidente a quién pertenecían ahora. De ese modo, Antonio tenía tiempo de reorganizar su política como país para mantener Italia y guardarse de revueltas peligrosas; con la debida organización militar, ningún italiano rebelde les supondría ninguna amenaza. Tenía que tener más precauciones ahora que Romano era mayor que cuando era apenas un pequeño país, totalmente dependiente de él.
Rodeó la mesa y tomó a Romano del brazo sano, levantándolo un poco a rastras. Era triste verle así, cabizbajo, silencioso y tembloroso. Pronto volvería a ser él mismo, lo deseaba con todas sus fuerzas, por que si no, aquella actitud tan sumisa y derrotada acabaría con ambos.

-Ven. Nos vamos. – Le dijo suavemente.

Lo llevó hacia fuera del despacho, posando su mano firmemente en su hombro, conduciéndole hacia el exterior. Estaba todo destrozado en las inmediaciones, pero no había acabado tan mal como Nápoles, a pesar de que por doquier podían verse las montañas apiladas de cadáveres, separados los españoles de los italianos, para sepultar a cada uno con sus gentes. Aquellos que fuesen reconocidos acabarían en el cementerio de Roma o en un ataúd arrojado al mediterráneo como se hacía con los hombres muertos en alta mar. La mayoría acabaría en la fosa común.
Se oía el llanto lejano de un bebé, mujeres que sollozaban las muertes de sus maridos, hombres que gemían malheridos, viejos enfermos que veían rota la ciudad de su infancia. Al mismo tiempo, se escuchaban las risas apagadas de los españoles que rondaban por ahí y saludaban con respeto a Antonio al mismo tiempo que miraban con desdén al pobre Romano. Antonio aceleró el paso, impidiendo a Romano tanto como estaba en su mano presenciar aquel triste panorama. Que al menos, no fuese ése su último recuerdo de Roma.

Llegaron al barco, en el cual los hombres de Antonio lo recibieron entre aplausos y vítores. Antonio intercambió algunas palabras con ellos y dirigió a Romano al camarote. Allí les sirvieron la cena. Antonio había querido que cenasen juntos, por eso Romano disponía de silla, cubiertos platos y vasos para la cena. Desató las cuerdas con las que había atado sus manos para que no huyese con una daga que extrajo de su cinto y lo sentó. Tras un silencio algo incómodo, Antonio salió del camarote, murmurando un ‘’ahora vengo’’. Cerró la puerta con llave, para evitar no solo que Romano pudiese escapar si no que sus hombres, ebrios de victoria y soberbia, se abalanzasen sobre el joven italiano.

Volvió al cabo de unas horas, cuando el barco ya había zarpado. Entró y cerró la puerta, comentando que había tenido que organizar el viaje e impartir un poco de disciplina, que sus hombres no estaban hoy por la labor, pero que ya habían puesto rumbo a casa. Como si se estuviese disculpando. Como si tuviese que disculparse…
El silencio de Romano lo dijo todo. No había comido, estaba en la misma posición que antes. Antonio se moría de remordimiento, y quería hacer algo por su pobre italiano. Solo pudo acercarse a él y pasar sus brazos alrededor de su cabeza, acercándolo a su abdomen, mientras le acariciaba el pelo en un gesto tranquilizador. No sabía que decir. Era lo único que podía hacer, lo único…
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MensajeTema: Re: Conquista de Italia del Sur   Conquista de Italia del Sur Icon_minitimeMiér Jul 07, 2010 12:12 pm

En cuanto Antonio retiró a los demás hombres, se tensó un poco, escuchando atentamente lo que decía cada uno. Muy dentro de él, tenía una bronca acumulada al español por todo lo que estaba pasando, crecía cada vez más, sintiendo una impotencia grande.

Iba a echar de menos Italia, era su patria, su país, su vida, era él, y se lo estaban arrebatando a la fuerza, un hueco oscuro en su corazón empezaba a agrietarle el cuerpo de a poco.

Antonio lo sacó de sus pensamientos tirando de su brazo, al principio Romano intentó no dejarse pero, de que le iba a servir, Italia del sur era de España, y la fuerza del mayor lo superaba.

Caminó cabizbajo saliendo del edificio con Antonio guiándolo por detrás, apenas levantó la vista noto todo el desastre que estaba hecha Roma, y pensar, que ayer mismo el sol brillaba en la plaza, caminaba tranquilo por sus calles, la gente lo saludaba con una sonrisa en la boca. Pasó su vista por varios cadáveres, viendo tanto españoles como italianos, una cara se le hizo familiar…Si, era la cara de la mujer a la que le compraba los tomates, hija de un hombre trabajador, no la reconocía, estaba sin vida, sin alma, era una chica bastante atractiva, ahora ya no lo era.

Sus ojos se llenaron de lágrimas sin poder evitarlo, prefirió dejar clavada la vista en el suelo, mientras seguía caminando, notando como unos cuantos españoles reían y saludaban a Antonio, los odiaba.

Divisó el barco de España, por un momento se le pasó por la cabeza darle una patada en el tobillo, un cabezazo, y salir corriendo al centro de Roma, al menos quería quedarse ahí, con su gente, quería ayudar, igual lograba salvar la vida de alguna mujer, o de un niño, pero el maldito de Antonio lo estaba arrastrando de mala gana a su país, a instalarse y vivir con él… ¡Él no quería! Quería Italia, y era injusto, mucho, esos eran los momentos en los que tendría que apoyar a su gente, pero tenía claro que Antonio no iba a permitir tal cosa, y mas en el estado que estaba, se odiaba a él mismo, si fuera un poco más fuerte, igual podría al menos darle la cara al español, que ya con su mirada provocaba que le temblaran las piernas.

La tripulación de Antonio los recibieron como si hubieran ganado el gordo de navidad, gritaban, aplaudían... Romano prefirió mirar al suelo, no quería verle la cara a ninguno, quería estar solo, para abrazarse a él mismo y consolarse un poco. Notaba como Antonio les devolvía un poco el buen humor, ¡encima! Quería pegarle, escupirle en la cara, ¿qué se pensaba? Caminó por todo el barco, viendo como se dirigían al camarote. Se tropezó en el camino unas tres veces al menos, pero aún así, seguía su marcha, sentía como quería estallar de llanto, pero su orgullo, su maldito orgullo se lo impedía, no iba a llorar y menos delante de Antonio.

Llegaron al camarote, Romano se sorprendió al ver el cuidado de este, en conjunto con la buena arquitectura del lugar con sus muebles a juego, antes, no le hubiera producido aquella visión, acababa de volver de una guerra literalmente, el cambio del caos y muerte a un lugar tranquilo, que olía bien y era agradable a la vista lo dejó algo fuera de lugar. Antonio le quitó las cuerdas de sus manos y por impulso se acarició las muñecas, viendo el color rojo que había dejado en estas. Antonio pidió la cena, y él fue a sentarse como Antonio le estaba indicando en una silla frente a la mesa, no iba a comer, no quería comer, hacía no se cuantas horas que no había probado bocado a nada, pero aún así, no estaba en condiciones de disfrutar de nada. El silencio los dominó a los dos, notando como el español susurraba un “ahora vengo” Y salía de ahí.

Al principio, todo quedó en silencio, se le hacía muy extraño, y se sentía tan mal, un montón de emociones lo dominaban, tiró el plato con fuerza contra una pared, rompiéndolo, sintiéndose un poco mejor, descargar su ira y todo lo que llevaba dentro era lo que mejor podía hacer. Miró unos segundos fijamente los restos rotos, y comenzó a llorar sin importarle nada, apoyó sus manos en la mesa, escondiendo su cara entre sus brazos, y lloró como si fuera un niño pequeño, a veces, pataleando por debajo de la mesa. Al rato se levantó de la silla, mirando por la ventana hacia Roma, y volviendo a llorar. Había perdido también la noción del tiempo, y se sentía frágil como un cristal, en nada le venían recuerdos a la cabeza y volvían a provocarle las lágrimas. Se acercó al plato roto, juntando un poco lo que había hecho y poniéndolo en un costadito, igual Antonio luego no se daba cuenta.

Volvió a sentarse en la silla, suspirando, cogiendo una servilleta y sonándose los mocos, intentando también limpiarse las lágrimas. Le venían nuevas ganas de llorar pero se aguantó, Romano era de esas personas que, una vez que comenzaba a llorar, no paraba, cualquier cosa que le recordara a aquello que le producía el malestar, provocaba de nuevo sus lágrimas, y lo que menos quería en esos momentos era que, la persona que provocó todo aquello, entrara por la puerta y lo vea en ese estado. Igual se daba cuenta por los ojitos rojos e hinchados que tenía, pero aún así, el pensaba negarlo con fuerza y tratarlo con desprecio y odio.

El barco había zarpado hace rato, Romano miraba a la nada en su lugar, cansado, no sabía cuanto tiempo pasó, tal vez, dos horas, o media hora, quien sabe. Fue entones cuando, Antonio volvió a entrar en el camarote, el italiano llevó sus ojos hasta el español, mirándolo con pesadez. Se miraron unos segundos, antes de que Antonio cerrara la puerta y empezara a parlotear sobre…realmente, no entendía nada de lo que decía, le entraba por un oído y le salía por el otro. Dejó de mirarlo por que notaba que de nuevo le venían las lágrimas, y centró su vista en un tenedor de la mesa.

Antonio volvió a callarse, notando el silencio de Romano, cuando se le acercó y empezó a abrazarlo con cuidado. Romano dio un pequeño respingo en su asiento, no se lo esperaba, pero aún así se dejó abrazar un poco, el olor de España se le hacía agradable, cerró un poco los ojos, sintiendo como le acariciaba el pelo, estaba realmente cansado. Ese era a lo mejor, el pequeño consuelo que necesitaba, pero frunció el ceño, molesto, muy molesto con Antonio, y lo empujó fuertemente apartándolo de él.

-No vuelvas a tocarme- Musitó con un tono serio, aguantando las lágrimas

Notó como Antonio se le quedaba mirando, desvió su mirada, y se levantó del asiento, caminando lentamente hacia la otra punta del camarote, lejos del mayor, para mirar al mar por lo ventana, Roma apenas se veía ya.

-Paso de comer nada, come tu si quieres, y no vuelvas a abrazarme, no quiero nada tuyo bastardo, nada, no te quiero, te odio-

Esas palabras hasta le hacían daño a él mismo, pero era más mayor el odio y la impotencia que tenía, que, en vez de pegar a Antonio o torturarlo, era su forma de hacerle daño. Apoyó su frente en el cristal, ido, esperaba que al menos el español lo dejara solo o, directamente, no lo acosara, por que en esos momentos se esperaba lo peor, tener que aguantar conviviendo con la persona que lo estaba haciendo sufrir de aquella forma.

Guardó silencio, no pensaba dirigirle ni una palabra en todo lo que le quedaba de viaje, y, en España tampoco pensaba hacerlo. Fue ahí cuando, pasó una vista por su brazo herido que comenzaba a dolerle de nuevo, reprimiendo una mueca y sus ganas de llorar.
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MensajeTema: Re: Conquista de Italia del Sur   Conquista de Italia del Sur Icon_minitimeVie Jul 09, 2010 11:56 am

Y a pesar de que se lo venía venir, le dolió el rechazo. Peor que cualquier puñalada, herida o traición que pudiese haber recibido antes, en el pecho se le encogía el corazón. Sentía a Romano alejarse más de él, y las esperanzas de reconciliación se desvanecían, difuminándose en los límites de su conciencia. Oh, Romano, sabías como herirle.
Se quedó ahí de pie, mirando la espalda de Romano, sin tener ningún argumento para rebatirle y no meter más la pata. Vio como se llevaba la mano al brazo herido y el trozo de tela que había utilizado para detener la hemorragia se empañaba de sangre fresca.
Preocupado, se acercó. No tenían ningún médico a bordo, fallo suyo, que no había pensado en hacer llamar a ninguno. Por fortuna, sí que tenían vendas, un botiquín muy precario para casos urgentes y no demasiado graves. Caminó hasta el armario donde tenía dichas vendas y las puso con cuidado sobre la mesa. Seguidamente, se dirigió hasta Romano, tomándole del brazo y obligándole a apartarse de la ventana, con cuidado.

-No me mires así, sólo voy a curarte la herida.-dijo.

Haciendo caso omiso de la negativa del italiano, lo llevó hasta la mesa, sentándolo sobre ella. El forcejeo provocó que la herida sangrase aún más, y Antonio se vio obligado a agarrarle el otro brazo con mayor fuerza y brusquedad para evitar que se moviese. Cuando Romano, que perdía energía por el dolor, el cansancio y el hambre se quedó quieto, le quitó la camisa y el precario torniquete que le había aplicado antes. Limpió un poco la herida, tanto como pudo, y comenzó a vendársela con cuidado, procurando no ser tan tosco como había sido anteriormente. Cuando consideró que el vendaje estaba suficientemente firme sujeto y bien hecho, guardó el material sobrante en el armario donde él creía que los había encontrado (más tarde Antonio se arrepentiría al no ser capaz de encontrar las cosas por dejarlas en el armario equivocado).

Se dirigió a una pequeña sala contigua. Desde el camarote, en la posición de Romano, se podía divisar una cama y algunos otros objetos propios de un dormitorio sencillo: una cómoda y una alfombra raída en el suelo era lo único que acompañaba a la cama de matrimonio. Eran, obviamente, los aposentos del capitán, la habitación de Antonio. De allí, sacó una camisa limpia y se la puso a Romano, tratando de ignorar sus insultos (pronunciados con una lengua viperina que escupía odio real) y sus forcejeos. Cuando consiguió ponérsela, se sentó de nuevo en la mesa, de la cual habían retirado los platos y la comida, y abrió un mapamundi, centrándose en sus cosas.

- Tu camarote está abajo, junto a los de los demás. A no ser que prefieras dormir aquí conmigo.- Dijo sin levantar la vista del mapa.

No lo diría en voz alta, pero la verdad es que la segunda idea le parecía tentadora. Aunque obviamente Romano escogió la primera opción, y se largó del camarote dando un portazo.
Antonio miraba al mapa sin mirarlo. Confiaba en que Romano se adaptase tarde o temprano, teniendo en cuenta que (antes) se llevaban muy bien y…ya había sido parte de su territorio una vez. Aunque, si seguían las cosas por aquel camino, ya podía olvidarse de todo aquello. Eso sí, liberar a Italia no entraba dentro de sus planes.

Inmerso en sus cavilaciones, no escuchó los gritos y los golpes sordos provenientes de fuera. Sus hombres solían pelearse por cualquier chorrada, y hacía tiempo que había desistido en intervenir en ninguna de esas peleas, si no se lo pedían expresamente. Había aprendido que era su manera de solucionar los conflictos y que poco tenía el que hacer.
Pero, repentinamente, la puerta del camarote se abrió. Un chiquillo de unos 17 años, que se había unido a la tripulación recientemente, había entrado jadeando, con una expresión de pánico en el rostro. Estaba sudoroso y hecho un manojo de nervios. Antonio empezó a preocuparse ahí, quizá la situación era más grave de lo que pensaba…

-¡V-van a matar..le..!¡Lo van a matar! ¡C-capitán!- imploraba el niño.

Antonio ató cabos rápidamente. Había sido un estúpido. Aunque fuesen tus hombres, no dejaban de ser gente violenta y burlona por naturaleza. Y había mandado a Romano, indefenso, una presa fácil a quien restregarle la victoria, hacia ellos. Y el carácter de Romano… Era meter a un canario en una pelea de perros furiosos.

Rápidamente salió del camarote, bajando las escaleras que conducían a los camarotes de los marineros de un salto. El revuelo era cada vez más claro, podía oír las risas de los hombres y los ánimos que se daban, podía oír los golpes secos de un puño golpeando un cuerpo, podía oír los débiles gemidos de dolor de Romano. Apartó con brusquedad a los hombres que se habían juntado formando un corro alrededor de uno de ellos, un tipo enorme, de dientes podridos y horrible aliento, que se encontraba agarrando del cabello a Romano, el cual tenía el labio partido, el brazo más ensangrentado y miraba con expresión adolorida al hombre. Cuando llegó hasta ellos, Antonio atinó a pegar un grito que dejó callados al gentío, y propinarle a aquel hombre un puñetazo del que se acordaría toda su vida, que lo arrojó con violencia al suelo. Los hombres se quedaron en silencio, tensos. Antonio tomó a Romano en brazos. Con un poco de suerte, no le habrían roto nada…

Una mirada bastó para que todos sus hombres supiesen que con el juguete del jefe no se jugaba (pues era así como entendían la situación) y que intentarlo de nuevo sería fatal para ellos, a pesar de que pudiesen ser igual o el doble de corpulentos que Antonio. Y no querían problemas con el hacha afilada de España.

Antonio se llevó a Romano hasta el camarote de nuevo, y lo dejó cuidadosamente en la cama. Volvió a quitarle la camisa y a cambiarle las vendas, con igual o más cuidado. Después, palpó con cuidado las costillas y las piernas, comprobando que no tuviese nada roto.

-Perdona Romano… No imaginé que llegarían a este punto…-se disculpó, cabizbajo. – Al final será mejor que duermas aquí. Hay espacio suficiente para ambos…-añadió, señalando la cama.
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MensajeTema: Re: Conquista de Italia del Sur   Conquista de Italia del Sur Icon_minitimeVie Jul 09, 2010 8:00 pm

Siguió en su mundo un buen rato, cuando, notó como Antonio se movía, miró de reojo al español. Había agarrado un botiquín y se acercaba ahora hacía él, ¿Qué le quería hacer? Cuando sintió la mano de Antonio tirándole con cuidado, lo fulminó con la mirada, enfadado, ¡Qué lo dejara tranquilo! Entonces fue cuando escuchó que quería ayudarle con la herida…Bueno, tampoco le quedaba otra opción por que lo estaba obligando a seguirlo, así que, a regañadientes, se sentó en la mesa, forcejeando un poco, con la herida que provocaba un dolor en su brazo.

Suspiró, quedándose quieto, viendo como Antonio le quitaba la camisa y el torniquete que le había hecho horas antes, prefería pensar en otra cosa y no volver a lo que había pasado horas antes…Gimió un poco de dolor al sentir como le limpiaba la herida, era muy molesto, pero, le habían pasado cosas peores. Suspiró algo aliviado cuando Antonio acabó se fue hacia su habitación, insultándolo infantilmente por lo bajo, haciendo muecas. El español volvió con una camisa limpia, al principio lo miró mal y no se dejaba ponérsela pero…estaba cansado, y mejor sería aceptarlo así que acabó dejando que se la pusiera.

Dio un pequeño saltito para levantarse de la mesa, viendo como Antonio se sentaba en esta y sacaba sus cosas, sin prestarle el más mínimo de atención. “Tu camarote está abajo, junto a los de los demás. A no ser que prefieras dormir aquí conmigo” ¿Qué? ¿Dormir con él? ¿Era una broma? ¡Ni en sueños iba a dormir con él después de todo! ¡Qué se pensaba! Maldito bastardo ¡Seguro que…hacía cosas feas con el o quien sabe qué! ¡Ni pensarlo! No, no, no, no y no. Romano bufó fuertemente, diciéndole un “me voy abajo bastardo” Y acto seguido, salió de su camarote dando un portazo, dejándolo a Antonio solo.

Se quedó unos segundos cerca de la puerta de Antonio, viendo como los hombres trabajaban en el barco, tenían mala pinta, pero en fin, Romano solo quería dormir y llegar a España, donde ya pensaría como arreglárselas. Caminó unos 15 pasos, el viento le daba en la cara y, ya mas a la vista, algunos piratas se quedaban mirándolo de forma burlona… ¡Malditos españoles! Putos todos.

Sus pies se movieron dando una pequeña vuelta, buscando algún hueco o escalera donde le llevaran abajo, a los camarotes, divisó una, era esa, fijo, empezó a caminar cuando un español bastante alto se interpuso entre él y el hueco. El hombre, imponía un poco, pero aún así tampoco lo asustaba lo suficiente…Romano vaciló, desviando la mirada, preguntándose que carajo quería el hombre.

-¿A dónde piensas que vas, pequeño? –Río por lo bajo, uf, se estaban burlando de él

-A dormir, así que si no te importa…-Romano intentó rodearlo un poco pero este se le volvía a interponer, riendo.

-Vas a tener que darme algo para que te deje pasar por las buenas –Rió todavía más fuerte (si se podía) Y ya empezaba a estresarse un poco

Romano lo empujó un poco, cabreado

-¡Apártate!

El hombre, más rápido, cogió a Romano del cuello de la camisa, tirándolo al suelo, provocando que se cayera hacia atrás, los demás piratas empezaban a juntarse viendo la escenita, animando a su compañero y riendo también. Y ahora si, Romano empezaba a tener miedo.

Apoyó una mano en el suelo, levantándose tambaleando un poco, algún que otro de los piratas que estaban ahí lo empujaban un poco, burlones. Se acercó de nuevo al hombre, y este, volvió a vacilarle, entonces Romano sin pensárselo dos veces, cabreado, le dio una patada en la tripa, provocando que el otro se encogiese.

En esos momentos, si hubiera sabido lo que se le avecinaba, no habría hecho tal acto, por que entonces, el otro lo insultó, empujándolo, y los españoles se pusieron más violentos de lo que ya estaban. Se sacaban algunos la navaja del cinto, amenazando, y entonces se metieron tres hombres más, dos cogiéndolo por los brazos, para que no se pudiera mover. Quedando uno que, si que imponía frente suyo, y, tenía una pinta horrorosa. A Romano le empezaron a temblar las piernas, escuchando las risas y los gritos de los que lo tenían rodeando, y los susurros amenazantes que le ofrecían los dos hombres que lo tenían sujeto. El primer hombre les hizo una seña a los demás, se lo llevaban a los camarotes. Romano forcejeaba como podía, pero era peor, a cambio recibía insultos y patadas por parte de los hombres que lo tenían agarrado.

Al llegar, lo tiraron fuertemente al suelo, el golpe lo aturdió enormemente, y en nada, ya lo tenían agarrado por el pelo y le daban un puñetazo en la cara. Pudo ver, por un ojo, que el que lo hacía era el tipo ese grande, con una pinta horrible, aunque en esos momentos, poco importaba las pintas que llevaba, por que le estaban dando una paliza acojonante. Después de unos 5 golpes continuos y patadas, notó como las heridas que tenía desde unas horas antes se le abrían, y también, notaba las nuevas. El ambiente era horrible, se sentía como un perro abandonado apedreado por niños, el dolor le provocó lágrimas, aunque con tanta movida apenas se notaban, ni le daba tiempo a sollozar. Escupió sangre. Los españoles del corro se quedaban insultando, y de vez en cuando tirándole cosas, metiéndose también, con su madre, su nacionalidad italiana y….mierda come pasta, algo así. Se iba a acordar de ese momento como la mayor paliza de su vida.

El hombre lo volvió a agarrar del pelo, Romano no sabía a dónde mirar, cerró los ojos con fuerza, esperando el golpe, cuando escuchó un grito que los calló a todos, y en un abrir y cerrar de ojos, el individuo que le estaba dando la paliza estaba en otra punta, en el suelo adolorido.

En nada ya estaba en los brazos de Antonio, suspiró, le dolía todo el cuerpo, y, lo único que pudo hacer en esos momentos fue hundir su cabeza en el cuello de Antonio y cerrar los ojos. Sintiendo y proyectando sus pensamientos en su olor y como se movía, igual así, lograba olvidar un poco el dolor punzante que tenía por el cuerpo.

Cuando pisaron el camarote de Antonio, este lo llevo hacia la cama, dejándolo suavemente sobre ella, quitándole la camisa y ocupándose de sus heridas. Romano se quedó callado, suspirando y mirando al techo, sin rechistar ni decir nada, no le quedaba otra y en el estado que estaba era de subnormal quejarse de los actos de Antonio.

Escuchó las palabras de Antonio, y posó su mirada sobre este, Romano no dijo nada, simplemente se removió en la cama, buscando con una mano las sábanas para meterse de a poco dentro de estas, era una cama cualquiera pero, en esos momentos se le hizo la cama más cómoda del mundo. Suspiró.

Ese había sido, sin duda, el peor día de su vida, se sentía solo, mucho, y si no estaba ahogando gemidos y lágrimas en el cojín, era por que simplemente ya no le quedaban. Llevó una mano hasta la manga de la camisa de Antonio, tirando de ella suavemente para que el español se le acercase, se dejaba llevar, ni pensaba en lo que estaba haciendo.

Una vez que lo tuvo cerca de él, mirando como se inclinaba, seguramente pensando que igual, el italiano quería decirle algo, se hizo un pequeño ovillo dentro de la cama, suspirando de nuevo y tocando todavía la manga de la camisa de Antonio. Entrecerró los ojos, mirando sus manos.

-… ¿Por qué has hecho todo esto? –Dijo con un tono algo roto y bajo
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MensajeTema: Re: Conquista de Italia del Sur   Conquista de Italia del Sur Icon_minitimeSáb Jul 10, 2010 4:16 pm

-Porque… -

Se calló al empezar la frase. No sabía que decirle, no sabía como decirlo. No, no era eso, simplemente no quería decirlo. No quería que supiese que era en verdad una persona horrible, avariciosa, envidiosa, ambiciosa, posesiva y celosa. Por que de todas las personas, Romano era la última a la que le deseaba cualquier mal, sobretodo viniendo de él. Sobretodo conociéndose como se conocía. Y Romano, que creía conocerle, no le conocía ni la mitad de lo que podían haberle llegado a conocer otros, muy a su pesar. Y si no había entendido todavía el porqué de aquel rapto, Antonio no quería explicárselo.

-No hace falta que lo entiendas. Sólo quiero que seas feliz, ¿de acuerdo? A mi lado. Ya te lo dije, no va a faltarte de nada. Yo me ocuparé de todo… -dijo.

Se inclinó sobre el italiano, depositando un beso en su frente.

-Pero pon un poco de tu parte, por favor…sé que es difícil, Romano. Lo sé. Pero tienes que entenderme…-murmuró- Sabes que no te haré nada malo.

Nada sin tener en cuenta lo que ya le había hecho, por supuesto. Se refería a nada peor. A nada peor personalmente. Pero ambos sabían que si al jefe de España le daba por subir impuestos, por poner un ejemplo, lo haría, y si le daba por abusar de la población italiana, lo podía hacer también.
Miró el reloj. Ya pasaba de medianoche, sería bueno dormir. Al final, Romano tendría que resignarse y dormir con él, pero Antonio imaginaba que ése era en concreto el menor de sus problemas. El ojiverde se levantó de la cama para quitarse las botas, el cinturón, la gabardina y la camisa, dejándose puestos sólo los pantalones.

-Vamos a dormir, Romano ¿Necesitas algo? ¿Agua, comida…? Luego no me levantes a mitad de la noche porque tienes sed, eh…-le dijo dibujando una sonrisa en la cara. Cuanta más normalidad hubiese en sus actos y su voz, antes se arreglarían las cosas.

Tras dejar una jarra de agua fresca en la mesita de noche que había en el lado dónde Romano se había acomodado, rodeó la cama y se sentó en su lado, dejando escapar un suspiro pesado. De un soplo apagó la vela que daba luz a la estancia y se tumbó, dejándose caer sobre la almohada. Se giró hacia Romano, encontrando su espalda. Dejó escapar un suspiro, de nuevo, y lo abrazó desde su posición, atrayéndolo hacia su pecho. Quería darle protección, hacerle sentir seguro, mejor. Y reconfortarse a él mismo, también. Frotó el brazo (el bueno) de Romano suavemente, a ver si se giraba. Nada.
No es que quisiese hacer nada con el italiano pero… alguna muestra de afecto no estaría nada mal…Y llevaba meses sin tener contacto físico con nadie…
¡No! ¡Él no quería a Romano para eso! Sacudió la cabeza para sacarse la idea, sonrojado. Esos pensamientos lo asaltaban cada vez más a menudo ¡Y no era de piedra! Pero no estaba muy seguro de lo que sentía o dejaba de sentir, y no quería dejarse llevar por las pasiones del momento como hacía…siempre. Romano era un caso especial. Antonio quería que así fuese, aunque eso implicase a la larga eliminar el contacto físico… O de cualquier tipo. En verdad, era complejo y extraño y el español no se sentía muy tentado a darle demasiadas vueltas al asunto. Pero negarlo también hubiese sido estúpido… ¿Y no era una forma de demostrar amor? ¿Acaso él no amaba a Romano? Pero ¿Qué tipo de amor sentía hacia él? Eran demasiadas mezclas de sentimientos, que complicaban las cosas de una manera rebuscada cuando posiblemente fuesen más simples. Si le daba vueltas, malo, se confundía, si no, también, porque no quería hacerle daño.

Al final le dio unos golpecitos suaves en el hombro.

-¿No vas a girarte?-Dijo.

Todo lo que sabía por el momento es que quería abrazarle y dormir.
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MensajeTema: Re: Conquista de Italia del Sur   Conquista de Italia del Sur Icon_minitimeSáb Jul 10, 2010 7:24 pm

Escuchó atentamente lo que le decía Antonio, aún mirando su mano…
Subnormal, si, subnormal, eso era lo que pensaba Romano, que Antonio era subnormal. ¡Qué mierda le decía! ¿Qué no hacía falta que lo entendiera? Protegerlo, joder, estaba bien, no entendía a Antonio y, en el fondo, al escuchar aquel “argumento” un pequeño rencor y odio nacía de su corazón. Frunció el ceño cuando sintió el beso en su frente, pasaba de quejarse, estaba cansado, no iba a montarle un pollo en esos momentos a Antonio. No iba a salir ganando. Siguió mirando su mano, no quería verle a la cara, y escuchó de nuevo lo que le decía, frunciendo más el ceño. ¿Difícil? Difícil para él…

Su mano desapareció de su vista en un abrir y cerrar de ojos, levantó la mirada, viendo como Antonio se quitaba la ropa, se sonrojó, desvió la mirada al cojín y entrecerró los ojos. Notó como Antonio le hablaba con ese tan normal suyo y seguramente sonriendo. Se lo olía aunque no lo veía (?) En esas cosas lo conocía, y le dolió, no iba a olvidarse de lo que había pasado, nunca, a veces recordaba cuando era pequeño, como lo cuidaba y…Mejor no pensar en aquello.

La jarra que dejó sobre la mesita llamó su atención, fijando los ojos en el agua, dando la espalda a Antonio, fue notando como este se movía por el hundimiento de la cama, sabiendo cuando se sentaba y acostaba. Suspiró, con las luces ya apagadas. Cerró los ojos un poco, para intentar dormir y olvidarse de lo que había pasado un poco, cuando, sintiendo un abrazo por parte de Antonio, su cuerpo se tensó notablemente. ¿Qué se creía el español? ¡Mierda! Era por eso que no quería dormir con el, sabia que pasaría aquello, eso es lo que Romano llamaba “cosas extrañas y malas” por parte de Antonio. Se sentía raro, hace años que no dormía con el mayor, muuuuuuuucho tiempo, solo cuando era pequeño, y, ahora las cosas habían cambiado, eso era diferente y no pensaba acostumbrarse a aquello, aunque, tal vez, muy, muy en el fondo le agradó un poco cuando le froto el brazo, pero aún así, ¡No! No pensaba dormir abrazado a Antonio.

Unos golpecitos en su hombro lo sacaron de sus ensoñaciones, escuchando un “¿no vas a girarte?” No, vamos, ni de coña, ¿Qué se pensaba? ¿Qué se iba a girar así por las buenas y abrazarse a el? ¿Qué le iba a dar mimitos y amor y...otras cosas? ¡Venga ya! No, no, no, no, y no.

Giró su cuerpo hacia Antonio.

¡Pero no por que quisiera! Por supuesto que no, era la herida del brazo, tenía que cambiar de postura para que no le doliera, si, era eso, nada más. Sintió como Antonio lo abrazaba a su cuerpo, Romano apoyó sus manos en el pecho de Antonio, escondiendo su cabeza para no verlo y suspiró. Estaba tenso, mucho. Sentía la respiración de Antonio en su cabeza, rozando un poco su rulito, se sentía bien, le gustaba. Cogió aire y suspiró, frunciendo más el ceño pensando en que estaba durmiendo con Antonio, y lo peor, ¡en sus brazos! Sentía su presencia por todo su cuerpo, tensándolo más, además, llevaba así unos minutos y la misma postura lo empezaba a incomodar, quería moverse pero, le daba tanto pánico y estaba tan nervioso que apenas pudo mover un poco el pie, intentando autoconvencerse que no pasaría nada.
Movió un poco su cuerpo, intentando alejarlo de Antonio, y lo que recibió a cambio fue un abrazo más fuerte por parte del mayor, si no fuera por sus heridas, no estaría mal pero, le empezaban a doler y tener a Antonio tan pegado a su cuerpo era perturbador para su cerebro.

-Antonio…-Dijo con un hilo de voz- Su-suéltame un poco, me duele-

Escuchó una disculpa por parte del español, y se separó un poco, aun así, Antonio no soltó al máximo el abrazo. Suspiró.

Lo peor, era que no estaba seguro de por que se sentía así, no podía dormir, no iba a dormir en su puta vida con Antonio abrazándolo, los nervios y ese cosquilleo continuo en sus tripas le nublaban el cerebro. Levantó la cabeza, viendo el rostro de Antonio, tenía los ojos cerrados y parecía dormido, que guapo era. Espera, no, el no pensó eso. Frunció el ceño, le tenía bronca acumulada, le podría pegar una patada o algo así…Pero no, si eso, mañana, si, le pegaría mañana una patada. Agarró con su mano la de Antonio suavemente, con cuidado, apartándola para alejarse un poco de el, quería salir de ese abrazo, y dormir tranquilo.
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MensajeTema: Re: Conquista de Italia del Sur   Conquista de Italia del Sur Icon_minitimeDom Jul 25, 2010 1:06 pm

Tenía los ojos cerrados, pero no dormía. Estaba demasiado emocionado con la idea de tener a Romano entre sus brazos, en la cama. Como cuando era un crío, pero al mismo tiempo, totalmente diferente. Tenía lo que había deseado durante tanto tiempo, más del que creía haber anhelado al mayor de los italianos. Podía sentir el calor del chico cerca de su cuerpo, su respiración, que no era calmada pero tampoco preocupantemente agitada, sus movimientos, tan nimios, mientras intentaba moverse sin supuestamente despertarle. No podía quejarse en absoluto de su situación actual, dadas las circunstancias
.
Notó como Romano intentaba separarse, y abrió los ojos, mirándole interrogante. El italiano nada hizo, se quedó inmóvil. ¿Acaso le tenía miedo? Acarició su mejilla con cariño, aprovechando ése primer momento de verdadera intimidad que habían tenido desde que la invasión tocó a su fin. Mostrándole su cariño, su aprecio. Que no quería perderle.

Pero la comunicación no verbal no estaba tan desarrollada entre ellos como para poder comunicarse tantas cosas con simples gestos. Romano estaba adolorido, resentido y un poco asustado todavía, para abrirse totalmente ante él (metafóricamente, claro). Le abrazó más contra su cuerpo, teniendo especial cuidado con su brazo herido, queriéndole brindar calidez. Pero el efecto no fue el esperado, el italiano se tensó entre sus brazos, el silencio se hizo incómodo, incluso podía notar el aire más pesado, el ambiente más nervioso. No había sido buena idea ¿Debía rectificar ahora? Quizá era buena idea.
Lo soltó totalmente de su abrazo, y se alejó un poco de él, dándole mayor espacio personal al italiano. Le dio la espalda. Tenían que dormir, y estaba claro que la situación no podía sostenerse de aquella manera, con tanta incomodidad.

A pesar de todo, todavía estaban cerca, pues la cama no era lo suficientemente grande para ambos. A Antonio el pecho le latía con fuerza, y el pelo de Romano (sospechaba que podía tratarse de aquél misterioso rulo que le sobresalía de entre su cabellera) le estaba haciendo cosquillas en su nuca desnuda.
Se concentró en dormir, pero es que no podía. Sus más bajos instintos estaban despertándose, instándole a romper ése hielo que se había formado entre los dos y sustituirlo con el fuego de su pasión desatada. La carne es tan débil… Y los suspiros de Romano, que podía escuchar perfectamente pues el italiano no los reprimía al creer dormido al español, no ayudaban. ¿Cómo iba a dormirse así? Si al menos no tuviese la certeza de que el otro estaba despierto…

Se mordió el labio, molesto ante la situación. Se veía venir una buena temporada de reprimirse cada vez más, y no le hacía gracia. Lo importante era que Romano no se enterase, porque se podría liar una buena. Pero, ¿Cómo ocultarle sus sentimientos si eran la única razón por la que lo había herido, humillado y sometido a su voluntad?
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MensajeTema: Re: Conquista de Italia del Sur   Conquista de Italia del Sur Icon_minitimeDom Jul 25, 2010 4:33 pm

Su cuerpo seguía tenso, aunque, con los minutos se calmó un poco, ese pequeño espacio entre él y Antonio le había aclarado un poco las ideas, dio un suspiro bastante largo.

Giró su cabeza y notó como Antonio lo miraba con ojos interrogantes, su corazón empezó a latir con fuerza, y simplemente formó una sonrisa boba que era como un “uy, me has pillado” Abrió todavía más los ojos, al notar como le tocaba la mejilla con ternura, volvió a suspirar, relajando un poco su cuerpo, empezaba a sentirse bien después de todo (solo un poquito) Las heridas ya no le molestaban tanto como antes, e igual, si que se podía dormir con Antonio…Pero no, ¿Quién se creía? Vamos, que no, en cuanto Antonio se durmiera, el se iba a levantar de ahí, saldría de la habitación a irse a dormir al sofá o algo así, si, seguro que haría eso, ¡iba a hacerlo! O no, mejor no, la cama era cómoda… ¡Iba a empujar a Antonio fuera de esta para que durmiera en el suelo!

El cuerpo de Antonio lo sacó de sus pensamientos, lo estaba abrazando de nuevo, entonces, cuando creyó por un momento que iba a poder relajarse y dormir tranquilo (empujando a Antonio para tirarlo de la cama) volvió a tensarse, más que antes, ¡mierda, lo tenía más cerca! Sentía como latía su corazón con fuerza, lo tenía en la garganta, estaba todo en silencio, incómodo, mucho, y tenía miedo de que, con la fuerza con la que le latía, Antonio llegara a escucharlo, mierda, todo menos eso. Respiró un poco más fuerte, cerrando los ojos, cuando Antonio se separó del abrazo, dándole la espalda.

Frunció el ceño, aún sintiendo en su brazo izquierdo la presencia del español, la cama no era muy grande y apenas cabían los dos así, juntos, aquel abrazo lo había puesto nervioso, y le temblaban un poco las manos, pasaron unos 5 minutos, y miró la espalda de Antonio de reojo, tenía la pinta de que se había dormido, así que se permitió suspirar y respirar con fuerza, intentando sacarse los nervios de encima, dejando pasar el aire por su nariz, y expulsándolo por la boca, despacio.

Sentía un pequeño vacío en su corazón con Antonio separado, ¿de verdad las cosas habían cambiado tanto entre él y Antonio? ¿Y si ya no podía volver atrás?...Estaba mal, mucho, deprimido, solo, y ya ni siquiera podía estar cerca de la única persona que realmente le dio amor y cariño, cuidándolo desde que era pequeño. En cambio, tenía que joder todo, poniéndose nervioso (sin saber por qué, nunca le pasó eso) y lo peor, esa persona lo había humillado, conquistado, y hecho un daño enorme, estaba confundido, sentía muchos sentimientos contradictorios dentro de él.

Suspiró, dio unas cuantas vueltas en la cama, pero nada, seguía igual, no se dormía, y le daba vuelta al asunto “Antonio” Acabó girándose hacia el lado del español, mirándolo todavía como le daba la espalda, se acercó un poquito, y posó suavemente una mano sobre su espalda, suspiró. Antonio no hizo movimiento alguno, y pasó esa misma mano alrededor de su cintura, sonrojado y nervioso, lo abrazó por detrás, apoyando su frente en la espalda del español y juntando un poco su cuerpo, sin pasarse, cerró los ojos.

Así ya empezaba a respirar un poco con normalidad, aunque a veces le hacía algunas cosquillitas el rulito que se chocaba con la nuca de Antonio. Apretó un poquito más su cuerpo al de España, se sentía bien, mucho, bastante, el olor de Antonio se le volvía a hacer presente, haciéndole recordar anécdotas de cuando era pequeño y se colaba en la cama de España por las noches, cuando tenía miedo por que según él, había un “fantasma” debajo de su cama y no podía dormirse, entonces, Antonio se reía y lo dejaba dormir con él. Se le llenaron los ojitos de lágrimas, pero rápidamente dejó su cabeza en blanco, para olvidarse de eso e intentar dormirse. Igual así, lograba relajarse…

Y en cuanto Antonio se durmiera echarlo a patadas de la cama como tenía planeado.
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