Espagne~ ♥♥♥

Se fijó en que Antonio parecía ligeramente enfurruñado después de lo que le había dicho y desviaba la mirada. Bueno, había dicho aquello pero no le molestaba que le mirara. Al menos no lo hacía con desdén, así que no le importaba. Viendo que el hispano no reaccionaba, empezó a recoger los trastos que había usado para preparar el desayuno y los platos. No es que le resultara tedioso, era algo que hacía normalmente en casa. Se estaba secando las manos cuando le preguntó si le apetecía ir al mercado. La verdad era que le daba igual, cualquier plan le parecía bueno puesto que carecía de plan.

- Me parece bien.

Mientras Antonio se vestía (y tenía que decir en su defensa(?) que él se había ofrecido a ayudarle a dicha tarea, pero que Antonio “amablemente” le había disuadido de la idea) él había empezado a mirar el estado en el que se encontraba su ropa. El primer punto es que no iba a salir por ahí en ropa interior. No porque no lo hubiera hecho nunca, más bien porque de momento no pretendía llamar la atención. El segundo punto es que su ropa, concretamente la chaqueta, había sido vilmente vapuleada la noche anterior y ahora se encontraba con un característico olor a salitre. Francis frunció el ceño un poco. Había otra idea mejor, dejar la chaqueta en la casa. Al final se vistió con la camisa y los pantalones que había llevado el día anterior (que si tenían sal, definitivamente mucha menos que la chaqueta) y se puso los zapatos. Se recogió el cabello después de peinárselo ligeramente y agarró a alguien del servicio y le pidió (con sus encantos innatos) que por favor le tuviera limpia la chaqueta para dentro de unas horas.

El mercado estaba situado en una pintoresca y amplia plaza. Había ambiente y un murmullo constantemente instalado (ya que a los españoles les gustaba hablar y no precisamente bajito). Se perdió observando lo que vendían, comprobando el estado de los alimentos, la calidad y observando los cachivaches que los mercaderes ofrecían al público. A él, la idea de haber ido al mercado, ahora le parecía estupenda.

- ¿Hay algo que te guste, Francis? -escuchó que Antonio le preguntaba

- Esto, esto -dijo con ímpetu señalando un aparato extraño. Por la cara que había puesto España, no sabía lo que era- Tenía uno exactamente igual en casa pero se me rompió hace poco. He estado buscando otro igual por bastantes tiendas allí en casa pero no lo había encontrado. Va muy bien para montar nata.

Volteo el objeto, observándolo con detenimiento para intentar detectar alguno que le demostrara que estaba en mal estado. No había nada, parecía estar impoluto.

- Es una lástima que no lleve dinero encima -murmuró con cierta decepción mientras dejaba el objeto en su sitio.

No tenía ni idea de lo que era, pero por las pintas, no podía ser demasiado caro. Si servía para montar nata, igual hoy comería algo con nata montada. Mataba dos pájaros de un tiro: un regalo para Francia y algo rico asegurado para el postre.
Disimuladamente, mientras Francia ponía su atención en otros lugares no muy lejanos, Antonio pidió entre susurros al mercader que le guardase aquel curioso artefacto. Como el hombre, que ya tenía sus años, no pareció oírle, el español se vio obligado a repetir la oración unas cuantas veces, cada vez más alto. Y cuando por fin el hombre entendió lo que le decía, Antonio tuvo que esforzarse a hacerle una descripción del objeto que deseaba ya que desconocía su nombre y tampoco quería señalarlo, lo que quería era darle una sorpresa al galo. Para cuando Antonio, cansado de ‘’susurrar’’ alto, gesticular y hacer imposibles para ser discreto, estuvo prácticamente convencido de que el mercader le había entendido, Francis ya se había perdido entre la multitud. Genial. Y luego era él el despistado. Esperaba que no se metiese en líos, y ya de paso que no le arrastrase a él en ellos si se metía.
Avanzó entre la gente, buscando una melena rubia. Parecía como si de golpe toda la gente del pueblo, que tampoco era mucha, se hubiese agrupado alrededor de Antonio para impedirle el paso.
Estuvo buscando un buen rato a Francia, sin éxito alguno. ¿Dónde se había metido? ¡Menuda jeta tenía! Había rebuscado en todas las tiendas, bares, tabernas, incluso había entrado en el único prostíbulo del lugar, todo para nada, por que nadie había visto a Francis. ‘’Maldita sea’’ pensó. El asunto comenzaba a irritarle de mala manera, no solo se encontraba cansado y preocupado si no que encima se había perdido la hora de la comida y su posterior siesta. Cuando lo encontrase, no le hablaría durante una semana o más. Volvió a casa exhausto, era el único lugar que no había mirado. Rebuscó por la casa a ver si se encontraba ahí.

-¡Gabacho de mierda sal de dónde sea que estés! ¡Estoy harto de buscarte!

Resopló irritado, ahora no sólo no le hablaría durante una semana, si no que le metería una buena tunda por las molestias ocasionadas, que no habían sido pocas. Y, por Dios, que apareciese ya.

Ni se fijó en que Antonio seguía hablando con el tendero, él se había desplazado a otro puesto donde vendían fruta. Las diferentes verduras tenían una pinta estupenda y le había dicho al hispano que le prepararía algo delicioso. No es que obrara magia, de algún sitio tendrían que salir todos esos alimentos que necesitaría. Se fijó de reojo en una señorita que estaba de buen ver, aunque cuya ropa estaba algo raída, que al parecer no dejaba de mirarlo. Si lo pensaba analíticamente, podía recordarla. Llevaba un rato siguiéndole y además lo devoraba con la mirada. Las manos de ambos se cruzaron cuando Francis fue a coger una manzana. En aquel momento, la mujer sonrió con descaro y provocación y él no pudo evitar sonreír un poco ante aquella reacción. Ella le agarró la mano y empezó a tirar de él, pasando entre el gentío. Uah, iba muy a saco. No es que no le gustara, pero no le había dicho nada a Antonio y era muy maleducado no hacerle ni un gesto para avisar.

- Escucha, vengo acompañado y creo que debería avisar a mi amigo antes de -empezó Francis.

- No será mucho rato, no creo que tu amigo se percate -interrumpió la mujer.

Hombre... Antonio podía ser despistado y él, con ciertas “técnicas” (por así llamarlo) podía ser rápido (aunque no menos satisfactorio). Bueno, volvería rápido. Se acercaban a un callejón. ¿Ves? Si al final no estaban tan lejos, podía volver antes de que Antonio se molestara demasiado. Luego le prepararía la mejor comida que había tenido en mucho tiempo. Lo perdonaría. Siempre lo hacía. ¡Además, no iba a tardar tanto! La mujer lo empujó contra una pared y justo cuando Francis pensaba que la acción empezaba, notó que alguien le sujetaba los brazos. Había un tercero, que era el que se encontraba pagando a la mujer, que salió corriendo. Oh, perfecto. Era realmente idiota. La mujer había sido un reclamo para lograr atraerlo a lo que parecía un atraco.

- No os entiendo ni una palabra... -murmuró Francis en su propio idioma después de ver que el que usaba con Antonio tampoco le servía. Aquellos hombres sólo hablaban español y él nunca se había esforzado en aprenderlo. “Hola”, “Sí”, “Gracias”. No creía que fuera muy oportuno darles las gracias.

La frustración llegó a sobrepasar al atracador que no dejaba de hablarle justo en aquel momento, viendo el semblante al parecer inalterable del galo. Entrecerró los ojos y se inclinó hacia delante cuando notó un fuerte puñetazo en el estómago que le entrecortó la respiración. El siguiente movimiento fue aprovechar que se había encogido un poco sobre sí mismo para agarrarle del pelo y obligar a mirarle. Más verborrea que no entendía.

Uy... Que aquello le estaba tocando demasiado la moral. Nadie lo agarraba del pelo así.

Escuchó cómo se ponían a hablar entre ellos. El que parecía mandar se marchó y los otros dos empezaron a tirar de él para que se moviera, adentrándose hacia unos callejones por los que no transitaba demasiada gente. Ni hablar, no pensaba dejar que lo llevaran a saber tú dónde. Movió la mano, golpeando la nariz de uno de ellos y logrando que le soltaran y empujó al otro hacia su compañero. Después de aquel movimiento heroico tocaba correr. No es que los otros dos se dieran por vencidos, empezaron a perseguirlo por aquellos callejones de mala muerte.

Una hora después, Francis se encontraba apoyado contra una pared, respirando agitadamente. La ropa mal puesta, el pelo suelto (sí, había perdido el lazo cuando habían intentado atentar de nuevo contra su hermosa cabellera) y con golpes por diferentes partes del cuerpo (entre ellos alguno en la cara, además bastante visible). Malditos fueran los delincuentes de pacotilla y su extraña resistencia. Hubiera ido a la policía si le hubieran robado algo, lo malo de no llevar nada encima y de su apariencia, era que no te creían cuando se lo contabas (bueno también estaba el hecho de que no hablaba su idioma). Al final se había decantado por andar (a su ritmo porque le habían empujado contra unos escombros (por si no fuera suficiente) y se había hecho daño en el tobillo) hasta casa de Antonio, esperando que el español estuviera allí.

Llamó a la puerta y esperó mientras un aura azulada se instalaba a su alrededor. No estaba siendo su mejor día.

Se disponía a salir de nuevo en búsqueda de Francia cuando oyó como picaban a la puerta principal. Atravesó la casa con unas cuantas zancadas y abrió la puerta. En cuanto reconoció la figura del galo, le asestó un puñetazo en toda la cara. Mientras Francia se tambaleaba, pudo ver que el moretón que le acababa de dejar no era el único que tenía en el cuerpo. Ciertamente, su apariencia era muy triste.

-¿¡Dónde estabas!? ¿¡Que demonios te ha pasado!?

Omitió los detalles de su preocupación, de la búsqueda que había efectuado durante horas preocupado por Francia. Se arrepintió inmediatamente de haber asestado aquel puñetazo a su amigo, los ojos de este mostraban una clara molestia. Si hubiese pensado más fríamente, no se hubiese preocupado por el rubio, que había vivido mucho para encontrarse en serios problemas. Haberlo perdido en el campo de batalla hubiese sido mucho más preocupante. Sin embargo, pensar fríamente no era algo que el moreno acostumbrase a hacer. Sus sentimientos, su orgullo, sus pasiones y sus ímpetus solían ir primero.
Cogió a Francis por la cintura y pasó uno de sus brazos por sus hombros, había visto el ligero cojeo de él y quería evitarle movimientos rudos. Lo ayudó a entrar a la casa en silencio, aún arrepentido por haberle golpeado. Lo dejó caer suavemente en el sofá. Tomó una silla, se sentó frente a él y se dispuso a escucharlo, ahora sí.

-¿Qué te ha pasado?- Dijo, con voz suave y mucho más calmada que antes.

Tras escuchar la historia de Francia y hacer más de un comentario de indignación ante aquellos gamberros, se acercó más al francés para inspeccionar los golpes. Fue a por hielo para los de la cara, desinfectó como pudo algunos rasguños que tenía y le acarició un poco el pelo, como si pudiese así enmendar los tironeos de los atracadores.

-¿Tienes algo más?- preguntó, ya que no había examinado el resto del cuerpo de Francia.

Vale, no era cierto que su suerte no pudiera ir a peor. De hecho el puñetazo en la cara le había pillado con la guardia muy baja y le había dolido un montón. Incluso se tambaleó ligeramente. Ya lo que le faltaba, tener que tratar con Antonio enfadado. Dejó que se desahogara con un par de gritos, con la mano frotando la mejilla y mirando hacia un lado con cara de estar molesto. Cuando vio que la cosa no iba más allá, le miró, a ver si así se daba cuenta de lo que había hecho. No hacía falta que le dijera nada, de repente parecía haberlo pensado fríamente. Se dejó ayudar y suspiró pesadamente cuando se apoyó en el sofá. Ahora de repente le dolía todo más. En frío ya solía pasar.

- ¿Qué te ha pasado? -escuchó que volvía a preguntarle el hispano. Pero al menos esta vez su tono de voz era más normal.

Aunque la historia no le parecía el tipo de anécdota que contar orgullosamente, le explicó lo que había ocurrido. Notó que ahora era cuando la preocupación se anteponía a todo y que se sentía culpable por ello.

- Tranquilo, he pasado por cosas peores -dijo intentando, a su manera, que no se sintiera culpable.

Agarró el hielo y se lo fue poniendo sobre la cara. Esperaba que las marcas no le duraran mucho tiempo. Era un problema muy gordo intentar ligar con la cara marcada. La gente te miraba y, a pesar de apreciar tu belleza, se preguntaba en qué turbios asuntos andabas metido. Después siempre ocurría lo mismo, una excusa, más o menos creíble y la persona en cuestión se alejaba lo más rápido posible. A la gente, en esa época, no le gustaba los criminales o las personas que se metían en constantes líos. Estaba absorto en ese tipo de pensamientos cuando Antonio le pasó la mano por el pelo. Se quedó un poco embobado cuando aquello ocurrió, ligeramente sonrojado por ese acto tan bonito y pensando en lo adorable que era el español. Sí, a pesar que hacía unos cuantos minutos le había pegado el puñetazo de su vida. Es sólo que no sabía expresar bien su preocupació y a veces se le cruzaban los cables.

-¿Tienes algo más?- preguntó, ya que no había examinado el resto del cuerpo de Francia.

- Algún golpe en el cuerpo, pero supongo que serán ya simples morados -dijo quitándole importancia- Encima en la cara~ A la gente no le gustan los hombres con golpes en la cara. Como no se vayan pronto me voy a sentir muy solo y desamparado~

Rió un poco ante el último comentario de Francia. Lo había visto antes con heridas peores y magulladuras de espeluznante aspecto, que dejaban a las actuales como meros rasguños, y siempre se las había apañado para no acabar solo y desamparado. El nivel de melodramatismo del francés no le venía tampoco de nuevo.

-Como si eso fuera verdad…-comentó.

De pronto, sus tripas comentaron a vivo rugido que se moría de hambre. Francia se rió y él no pudo evitar que la risa se le contagiase, mientras le daba golpecitos, al tiempo que decía:

-¡Oye, es culpa tuya! No he comido nada por andar buscándote.

Se levantó del sofá y le tendió una mano a Francis para ayudarle a levantarse. Con unos suaves empujoncitos lo guió a la cocina, vigilando que su tobillo no hiciese movimientos bruscos. Bien, podía caminar, a pesar de que andase quejándose exageradamente.

-Cocíname algo rico, merezco una recompensa por haber caminado tanto. Ya sabes, con lo que hemos comprado, podrías hacerme gazpacho, o macedonia, o un cocidillo… no, eso llevaría demasiado tiempo, y luego a la noche no me sienta nada bien. Podrías hacerme algo con la cosa esa de antes….-

Y de repente, se acordó que no había ido a por el cachivache que había reservado para comprar más tarde para Francis. Y había dado unas monedas de paga y señal. Calculó que el mercader seguiría ahí, ya que el mercado cerraba tarde los meses de verano. Mascullando una especie de disculpa, cogió un saquito de monedas que guardaba en el cajón más alto del aparador, que guardaba para ocasiones de emergencia como esa, y salió corriendo.
Por fortuna, llegó a tiempo hasta el mercader, que ya empezaba a empaquetar y le entregó el objeto algo a regañadientes. Estaba convencido que el hispano se había olvidado y que podría embolsarse unas monedas por la cara. Pero bueno, al menos había vendido algo.
Antonio volvió a casa a paso ligero. En total, había tardado unos veinte minutos, que esperaba que el francés hubiese aprovechado para cocinar, por que la carrera le había abierto aún más el apetito. Se acercó a él con la sonrisa de quien sabe algo que el otro no, y le tendió las varillas (?*).

-Es un regalo. Por la comida...y bueno, no sé, por el vino y tal…Como dijiste que lo querías…- no sabía bien como excusar su comportamiento. Todo había comenzado a raíz de aquellas varillas, si lo pensaba fríamente. Muy fríamente. – Bueno, ¿te gusta?
Lo último que le faltaba es que después de tanta historia para conseguir el maldito regalo, ahora el francés no lo quisiese. De ser así, sería el último que le haría en su vida.

Hombre, claro que no era cierto. Solía conseguir casi siempre lo que se proponía. Pero eso no quitaba que intentara sonar desamparado para que Antonio se compadeciera de él y le mimara un poco. De sueños se vivía también. Escuchó el ruido del estómago y no pudo evitar reírse.

- No cambias nada, ¿eh? -comentó risueño- Está bien, te prepararé algo de comer. Pero como pago tú me ayudas a levantarme, ¿vale?

Se pasó el camino hacia la cocina refunfuñando cosas en francés a cada tirón que notaba en el tobillo. No recordaba ni cómo había puesto el pie, sólo que después, correr había sido todo un suplicio. Se llevó las manos al pelo, recogiéndolo levemente, cuando acabó por recordar que en uno de los tirones le habían arrancado la cinta. Genial. Dinero no se habían llevado, pero el daño “material” (por así decirlo) había sido bastante. Antonio empezó a enumerar la larga lista de alimentos que le gustaría probar. Arqueó una cuando dijo “la cosa esa de antes”.

- ¿Qué cosa de antes? -preguntó el francés arqueando una ceja.

Pero Antonio ya no estaba atendiendo. Parecía concentrado en algo que él no lograba a entender y que, por mucho que le preguntara, no lograría que se lo contara hasta que se hubiera acabado el conflicto interno del español. Cogió dinero, murmuró algo que ni acabó de entender y salió corriendo por la puerta. Pues vaya. Se quedó unos segundos estático, en silencio. Acabó por encogerse de hombros y empezar a cocinar algo. Al menos así iría aprovechando el tiempo.

No necesitaba ayuda para encontrar las cosas dentro de aquella cocina. No era la primera vez que le preparaba algo para comer, y seguramente tampoco sería la última que lo hiciera. Ese número de veces en las que había usado la estancia, le había proporcionado el conocimiento de la localización de todos los utensilios e ingredientes. Preparó algo de ensalada como entrantes, aún sabiendo que seguramente Antonio le diría que esa era comida de caballos y él volvería a explicarle por asabertúyaque vez que era bueno que comiera cosas sanas de vez en cuando.

Para compensarlo le preparó un gazpacho. A él no le salían tan bien como a España, pero también era lógico teniendo en cuenta que era una comida típica de su casa. Suficientemente bien le salía a él ya.

Como segundo preparó un plato con más consistencia, algo de carne y un buen chorreón de vino para alegrarlo. La cocina empezó a ser inundada por un delicioso aroma. Casi habían pasado ya veinte minutos desde que Antonio salió escopeteado a sabe dios donde. Empezaba a pensar ya cosas con poca lógica (como que había sido asaltado o que quizás había ido a buscar a los que lo habían atracado a él... Aunque esto último no tenía demasiado sentido) Escuchó el ruido de la puerta y desvió la mirada para encontrarse con España y una sonrisa radiante

Se le quedó cara de tonto viendo las varillas. Las tomó entre sus dedos, volviendo a observarlas. Sí, eran las mismas varillas que le había enseñado en aquel mercado y que había lamentado no poder comprar.

- ¿De verdad me lo regalas? -preguntó aún con cara de no creerlo. Antonio afirmó insistentemente- Claro que me gusta. Me gusta mucho. No tenías que haberlo hecho.

Aún seguía sin expresión. Realmente lo había pillado con la guardia baja. No se esperaba ningún regalo y menos aquello. Finalmente dibujó una sonrisa alegre en su rostro, le rozó con una mano el mentón para que alzara un poco la mirada y le dio un beso en la mejilla.

- Gracias, mon amí. -dijo Francis y se apartó para mover la comida y que no se pegara (porque eso sería un crimen)- ¿Puedo coger cosas para probarlas?

Intentó retener un poco la emoción que sentía ante el nuevo “juguete” que tenía entre sus manos. Oh, es que iba taaan bien. Se sentía feliz de haber conseguido. Se fijó en que Antonio sonreía y afirmaba con la cabeza, dándole vía libre. No tardó nada en empezar a sacar los ingredientes necesarios para preparar la nata.

Antonio esperó con la poca paciencia de un crío con hambre a que Francis acabase de cocinar. Ahora que veía el uso de las misteriosas varillas, le parecieron realmente útiles, si él cocinase cosas con nata más a menudo, sería una buena opción tenerlas.
De vez en cuando asomaba la cabeza sobre los hombros del francés y miraba con creciente apetito la comida. ‘’ ¿Falta mucho? ‘’ repetía, constantemente, como poniendo a prueba la paciencia de Francia.

Por hacer algo, comenzó a preparar la mesa. Esquivaba a Francia en la cocina con habilidad para alcanzar vasos, cubiertos y platos de entre los cajones y armarios, mientras canturreaba (algunas veces con mayor intensidad que otras) alguna de esas canciones tan típicas de su casa, poniéndole especial emoción a las coplas, que adoraba. Cuando acabó de poner la mesa, como vio que el rubio no había acabado de cocinar, cogió su guitarra, que descansaba en un rincón del salón (había tocado hacía un par de noches y por pereza no la había guardado donde solía guardarla) cogió una silla, se sentó y comenzó a tocar. Era una melodía suave y tranquila, apta para un atardecer o una velada como aquella. Le ponía sentimiento a cada una de las notas, sus dedos rasgaban las cuerdas como si se tratase de caricias y Antonio se perdía entre los acordes y la melodía murmurada, como si estuviese susurrando palabras de amor a una amante. Notó la mirada de Francis fija en él y no pudo evitar sonreír.

-¿Tan mal canto?-preguntó.

Dejó la guitarra a un lado, acercando la silla a la mesa y disponiéndose a probar la comida de una vez por todas. Oh, que buena pinta tenía aquello. Cortó con lentitud, y se llevó el bocado a la boca al mismo ritmo, saboreando con deleite, como un buen gourmet.

- Buenísimo. Mis felicitaciones al chef- dijo, levantando la copa en dirección a Francia.

[ Je suis désolé de que sea un poco corto xD]

Si no le hubiera conocido, seguramente hubiese terminado desquiciado. Antonio no paraba de moverse de aquí a allá, de vez en cuando se asomaba y preguntaba si faltaba mucho. Recordaba que, en algunas ocasiones había llegado a ser tan pesado que había deseado tirarlo por la ventana. Por suerte se acabó cansando y empezó a hacer algo productivo. Tampoco tenía que matarse demasiado en vigilar por dónde pasaba. El español se movía con agilidad y lo iba esquivando. También le escuchaba tararear, pero estaba acostumbrado a ello. Aunque la música era típica hispana, Francis lograba encontrarle hasta un puntillo.

Mientras la comida acababa de cocer, seguía preparando la nata, probándola y añadiéndole finalmente un poco más de azúcar. Terminó y en ese momento fue cuando Antonio empezó a tocar la guitarra. Se dio la vuelta, apagando antes el fuego, para poder observarlo mientras tocaba. Era algo que no le había comentado a nadie pero era entretenido verle tocar la guitarra. Le gustaba la cara que ponía cuando se concentraba en la melodía y murmuraba casi inconscientemente. En esos momentos en los que el español se sumergía tanto en la música que perdía la percepción de su alrededor. Cuando esto se daba, Francis no podía evitar mirarlo y perderse en sus gestos y en esos sentimientos que desbordaba. Era hechizante. Antonio se dio cuenta de que le estaba mirando y sonrió. Él no pudo evitar sonreír ligeramente al escuchar su pregunta.

- Precisamente no es eso. Estaba pensando que hacía mucho que no te escuchaba tocar la guitarra -dijo Francis empezando a servir la comida- Me trae muchos recuerdos~

Dejó los platos y tomó asiento, frente a él. Bueno, al menos esta vez se estaba tomando su tiempo. Así no se quemaría como por la mañana. Se llevó una mano a la mejilla y notó un ligero requemar por culpa de los golpes.

- Buenísimo. Mis felicitaciones al chef- dijo Antonio, sacándolo de su ensoñación y levantando una copa.

- Vaya, le transmitiré tus palabras -repuso sonriendo divertido el francés- Al final he terminado la nata, después podemos comerla con algo de fruta.


(Perdón~~ Esta vez fui yo la que no avanzó demasiado -ojitos de cordero degollado-)

Se relamió los labios en busca de alguna miga que se le pudiese haber quedado ahí, saboreando el regusto de la comida. Pensó que nata con fruta era muy buena idea, pero no estaba muy seguro de tener nada, a parte de tomates (y por mucho que adorase los tomates, untarlos en nata no le acababa de convencer).

-No se si habrá fruta…Ah, sí.- dijo, mientras cogía unos plátanos que había colocados en una fuente y se los traía a Francia.- ¿Servirán con la nata?¿Sí, no? Si no, hay tomates…

Con la ayuda del galo tomaron los plátanos, los pelaron y los cubrieron de nata. Había dos para cara uno. Antonio dijo que no era necesario cortarlos (‘’ menuda tontería, la fruta se come con las manos de toda la vida, hombre’’ dijo alzando una ceja cuando el rubio sugirió cortar a rodajas el plátano con tal de no hacer una marranada, comiendo con las manos y la nata pringándolo todo)

Se sentó en la silla de nuevo y examinó con detenimiento el plátano. Estaba cubierto de nata por un extremo solamente, lo cual facilitaría el poderlo coger sin mancharse. Sin embargo, la nata resbalaba en cuanto el plátano se sostenía en posición vertical, aumentando las posibilidades de hacer un señor pringue y sobretodo, perder el exquisito manjar. Lo sabía por que había intentado darle un mordisco a la punta del plátano cuando notó como resbalaba la nata hacia sus dedos.
Sólo había una manera de comer el postre de manera exitosa: se llevó la mitad directamente a la boca, la parte que tenía nata por encima y seguidamente se lo sacó, ahora sin nada de nata, riendo.

-El plátano no se come muy bien con nata… no hay manera de comerlo a la vez.

Se limpió con la lengua un poco de nata que le había quedado en la comisura de los labios, pero se dejó un poco el otro lado, no siendo consciente de ello.

Miró fijamente la ENORME cantidad de fruta que el español había traído. Bueno, siempre era mejor que la segunda opción. No podía imaginarse la combinación explosiva de nata y tomates. Le miró con los ojos ligeramente entrecerrados.

- Me niego a comer la nata con tomates. Los sabores no se mezclan bien y seguro que debe saber horrible. Serán plátanos con nata. Y sino, no comemos nata -dijo con cierta indignación. Como entendido de la materia, esas mezclas le ponían la piel de gallina.

Agradeció que Antonio no insistiera en probar nata con tomates. Se le quedó una expresión indefinida cuando escuchó los argumentos que el hispano le proponía para no cortar los plátanos. Vale... Iba a ser una guarrada, se iban a manchar y encima estaba seguro de que el español no había contado con la ligera (en realidad no tan ligera) connotación sexual de dicha fruta.

¿Pero acaso tuvo confianza en algún momento de que España se daría cuenta? Noo. El solía darse cuenta siempre cuando ya era tarde. Le dio una especie de coma cuando vio lo que el español hacía con el dichoso plátano de las narices. Muchas imágenes se le pasaron por la cabeza y muchas eran de la noche anterior y ninguna, por supuesto, tenía nada de inocente. Se mordió ligeramente el labio interior, intentando recuperarse y también controlarse.

- El plátano no se come muy bien con nata… no hay manera de comerlo a la vez. -comentó el español

¡Maldita seaaa! ¡Y él fresco como una rosa, ajeno a todo! Él no parecía ser consciente de lo que había provocado. Deberían haber comido el dichoso plátano de marras cortado como había propuesto. Pero noooo. ¡Pues sólo él era el que provocaba que hiciera esas cosas! Después que no le viniera a echarle las culpas. Se levantó de la silla, se apoyó en la mesa con una mano y con la otra le agarró del mentón, haciendo que levantara la cabeza. Lamió la nata y sin acabar de tragarla lo besó. Tuvo un regusto dulce muy curioso (?).

Se apartó rápidamente, sentándose donde le tocaba y cogiendo un plátano. Intentó morderlo, para no hacer lo que había hecho el español, y lo único que consiguió fue que la nata resbalara hasta mancharse la mano. Estupendo. No le quedó otra que coger la fruta con la otra mano, con cuidado de no mancharse más y empezar a lamer un poco su propia mano. Estaba buena, le daba un poco de pena limpiarla con la servilleta. Y ya puestos a hacer guarradas... Esto no hubiera pasado si los hubieran cortado a rodajas y hubiesen comido con tenedor.

El español le hacía hacer cosas que usualmente no hacía.

¿Y ese beso? ¿A qué demonios había venido eso? Soltó un ligero gruñido de sorpresa mezclada con reproche, aún tenía la boca llena de plátano, por favor. No es bonito que te besen cuando estás comiendo… ¡Y menos que te dejen la comisura de los labios con baba! Si estaba sucio podía habérselo dicho, que no era tan difícil. Frunció el ceño un poco mientras encaraba al rubio.

Iba a rezongarle algo al respecto, pero se le escapó la risa al ver los vanos intentos del francés por comerse a mordiscos el plátano y olvidó el asunto. Parecía un gato al lamerse su propia mano, advirtió divertido el español cuando Francis se las ingeniaba para limpiarse la mano de nata.

-¿No es más fácil hacerlo como he hecho yo? Mira que te complicas la vida…Además es una cochinada lo que estás haciendo ¡Coge una servilleta haz el favor…!- le comentó con una sonrisa en los labios mientras volvía a untar un plátano en nata para proceder como con el primero.

Únicamente que en esta ocasión mojó solo la punta y no la mitad entera, para no tener que meterse toda aquella parte de golpe en la boca. De un par de lametones sacó la nata (que por cierto adquiría al ser servida de esa manera un regusto a plátano muy agradable) y se llevó el plátano a la boca.
¡Así era mucho más sencillo! ‘’La práctica lleva al maestro, he aquí la prueba’’ pensó. Se sentía verdaderamente bien cada vez que hacía un pequeño descubrimiento de esa clase. Un pequeño paso para el hombre un gran paso para Antonio, se decía a sí mismo en aquellas ocasiones. A sí mismo o a cualquiera que preguntase acerca de su súbita emoción (por que debía reconocer que en ocasiones aquellos pequeños descubrimientos lo entusiasmaban mucho).

Miró a Francia, que a su vez lo observaba con un cierto deje de incredulidad en la expresión. Antonio pestañeó varias veces sin apartar la mirada, curiosa, de su amigo. Cogió lo que le quedaba de plátano. Lentamente lo untó en nata. Y lentamente también, lamió la nata para luego llevárselo entero a la boca. Y la expresión de Francia adoptó, aún más, un tono de incredulidad in crescendo. ¿Estaría relacionado con la forma en que se estaba comiendo el plátano con nata? A él le parecía una buena manera…

-¿Qué?- soltó, ya no aguantando el silencio que ya había durado varios segundos desde que la acción comenzase- ¿Qué pasa?-añadió, menos secamente.

[Disculpa que me haya apropiado de la cara de Francis en el último párrafo hahá…es que una cara de ‘’no puedo creer que lo vuelva a hacer en mi cara’’ me pareció inevitable y-y como no estabas no he podido preguntarte… pero no quería esperar hasta mañana con tal de no faltar a mi palabra de darte un post calentito cual baguette salida del horno ówò]

-¿No es más fácil hacerlo como he hecho yo? Mira que te complicas la vida…Además es una cochinada lo que estás haciendo ¡Coge una servilleta haz el favor…!- le comentó Antonio

Francis arqueó una ceja con cierto aire ofendido. Puede que fuera más fácil mantener la mano limpia con esa forma, pero no dejaba de ser obscena y tirando a pornográfica. Y no es que eso no le gustara, quizás es que provocaba que su imaginación volara demasiado lejos. No creía que Antonio estuviera dispuesto a repetir tan pronto, aún menos viendo su reacción.

- Ya claro... así es una cochinada... -dijo Francis con una sonrisa extraña en su rostro.

Cogió la servilleta para que se callara y se limpió la mano. Vio que Antonio volvía a untar ligeramente el plátano con nata y maldijo su vida (xD). No pasaba nada. Todo se arreglaba si no miraba y se dedicaba a comer. Había mirado la hora y bajó la vista en ese momento. Aguantó lo que a él le pareció una eternidad, cuando levantó la vista volvió a mirar el reloj y comprobó que apenas había pasado un solo minuto. Estaba claro... No tenía fuerza de voluntad alguna.

Y otra vez el español volvía a su retorcida manera de comer. Esta vez no pudo aguantar la expresión atónita en su rostro. Es que encima no parecía entenderlo, no lo hacía a propósito. Lo notó en el cierto desconcierto que cruzaba el rostro del hispano, él no había tenido ni voluntad a cambiar su propia expresión facial. Observó como volvía a untarlo en nata... M-maldito fueraaaaaa. ¿¡Es que había perdido de repente toda capacidad de pensar?! Pues al francés, con las dichosas acciones del hispano, se le estaban muriendo las pocas neuronas que le mantenían cuerdo.

- ¿Qué? -dijo repentinamente Antonio, con cierto tono seco- ¿Qué pasa?

- ¿Q-que qué pasa? -dijo con un ligero tic el francés- A ver si pillas la analogía si lo ves desde fuera.

Hizo lo mismo que había estado haciendo el español con el plátano que había cogido, a ver si así lo pillaba. Cuando volvió a mirarle estaba levemente sonrojado, cada vez más sobrepasado por la situación.

- ¿Lo entiendes ahora, o no? -dijo Francis frunciendo el ceño.

Sí, ahora lo entendía. Solo hacía falta ver la dedicación que le ponía a chupar el plátano y deseó no haberlo hecho él también. Al menos no tan obscenamente.

-E-eres un malpensado. Yo no lo he hecho así… Eso es una cochinada.

Lo consideraría una cochinada, pero no podía negar que había hecho exactamente lo mismo la noche anterior, pero no con un plátano.
Hizo un mohín de enfado, Francia estaba exagerando en su imitación y lo estaba dejando como un pervertido, o algo así.
Miró con desgana el plátano que le quedaba. Se le había pasado el hambre entre tanta tontería (?), así que se lo tendió a Francis.

-¿Quieres? No me lo comeré. –le dijo.

Tomó la guitarra sin haber esperado la respuesta de Francia tras dejar el plátano sobre el plato, como un niño que no puede esperar a haber acabado de comer para ir a jugar con su juguete nuevo y se levanta sin esperar el postre. Tras tocar un par de notas sueltas, entonó los acordes de una canción vieja, muy vieja, que Francis le canturreaba a menudo cuando eran críos y el rubio vestía de mujer con regularidad.

-¿Sabes que canción es?-preguntó. – No recuerdo la letra por que era en francés, claro.

Y por mucho que se acordase y la hubiese incluido en la melodía, posiblemente el galo se hubiese indignado con su pobre y mal pronunciado francés, como tantas otras veces, en las que Antonio daba lo mejor de sí para hacerse entender en el idioma vecino y el otro no se molestaba ni en intentar entenderle. Estaba convencido de que no hablaba tan mal, pero, oh, Francis era mucho Francis para sus cosas. Por lo menos, él tenía la conciencia limpia de haberse molestado en aprender algo (eso sí, a base de diccionarios de bolsillo y algunas frases cliché que había oído en puertos franceses o en la frontera).

-Ah sí. Quelqun qui ma dit nanananananaaa- Hoy se había levantado con ganas de cantar.

Siguió con el tarareo y con las frases mal dichas en su macarrónico francés hasta que Francis lo detuvo con gesto de dolor. No era difícil suponer que los oídos no podían dolerle, así que no se preocupó demasiado. Pero era la misma cantinela de siempre: para hablar tan mal mi idioma, calla. ¡Santa paciencia!

[No solo está mal pronunciado, está también mal escrito para darle énfasis. Es la canción de Carla Bruni, en verdad la puse por que no me venía ninguna otra a la mente así en francés. Si cuela cuela]

-E-eres un malpensado. Yo no lo he hecho así… Eso es una cochinada.

No, qué va... Él lo había hecho igual, que no intentara convencerse a sí mismo. Le solían decir que él era el que pensaba mal siempre o el que siempre hacía cosas pervertidas. Lo único que ocurría es que él admitía que era pervertido y los demás se empeñaban en ocultarlo. Pero, en el fondo, todos eran pervertidos.

Al final, entre una cosa y otra, al español se le pasaron las ganas de seguir comiendo la fruta. Bueno, pues él no pensaba seguir comiendo de ese modo. Se levantó y cogió un plato pequeño, dos tenedores y un cuchillo. Antonio se había entretenido en tocar notas sueltas con la guitarra y mientras Francis se dedicaba a cortar los plátanos en rodajas. En realidad no le hubiera hecho falta que le preguntara. Cuando empezó a tocar los primeros acordes, Francis dejó de cortar al momento y levantó la vista, ligeramente sorprendido. Era una canción que solía cantar hacía mucho tiempo. Le trajo demasiados recuerdos. Bajó la vista y siguió troceando la fruta. Fue en aquel momento cuando el español le preguntó.

- Claro que sé qué canción es. Me sorprende que te acuerdes de ella -dijo sonriendo

Le parecía gracioso que lo intentara, hasta que el intento se prolongaba demasiado y entonces empezaba a dolerle en el alma cada palabra mal pronunciada o, directamente, cada palabra nueva que creaba España. Tuvo que detenerlo.

- Hagamos una cosa, vuelve a empezar con la melodía, ¿vale? -propuso Francia.

Antonio empezó a tocar de nuevo los acordes y ésta vez fue él el que la empezó a cantar. Por muchos años que habían pasado, aún recordaba la letra a la perfección. Eran momentos agradables de su vida, no podía olvidarlos así como así. Mientras seguía cantando, acabó de trocear la fruta y la mezcló con la nata. Terminó, y al poco la canción.

- He cortado la fruta para que ninguno de los dos tenga que avergonzarse o morir porque el otro está provocándole sin tan siquiera darse cuenta, ¿vale? Si te apetece, puedes comer más. Te he traído un tenedor para ti también.

Por su parte, él iba a comer. No podía desperdiciar la fruta y la nata no la podría reutilizar luego. Se llevó un trozo a la boca y se quedó ligeramente pensativo. Tragó y decidió que debía hacer la pregunta. Realmente era algo que le intrigaba.

- ¿Cómo que aún recuerdas la canción? No esperaba que lo hicieras. Realmente no esperaba ni que te hubieras dado cuenta que solía cantarla bastante -dijo Francis ligeramente anonadado.

Dejó la guitarra a un lado nuevamente y algo a regañadientes, tomó el tenedor para comer el plátano ahora troceado. Por Dios, iba a petar de lo hinchado que se sentía. Además comenzaba a estar cansado. Demasiadas emociones en un día, llevaba algo de cansancio acumulado de la noche anterior, era tarde y lo peor, no había echado ni una cabezadita.

-¿Que cómo me acuerdo? Pues no sé. Me acuerdo y ya está –dijo, dejando el trocito de fruta que acababa de pinchar sobre sus labios- Supongo que es como esas cosas que te acuerdas de cuando eres pequeño...-rió- Vale, me explico como el culo. Quería decir, ¿Sabes los típicos recuerdos de cosas tontas de la niñez? Cosas muy poco relevantes. Un olor, un juguete... Pues lo mismo. Supongo. Además, me obligaste prácticamente a aprender a tocarla para que pudiese acompañarte con la guitarra. ¿Cómo iba a no acordarme?

En cuanto acabó con el postre, no se molestó ni siquiera en poner los platos en el fregadero, necesitaba descansar. Se tiró en el sofá, acariciando con gusto el tacto de la tela del mueble y de los cojines que había por encima, con la palma de la mano totalmente abierta y moviendo ampliamente los brazos*. Bostezó sin acordarse de taparse la boca y se acomodó entre los improvisados almohadones.

-¡Puedes quedarte a dormir otra vez si te da palo ir a tu casa, Francis! – le comentó al rubio.- Pero no es una invitación para quedarte a vivir, que te veo. –añadió.

Se quedó mirando el techo. Las vigas de madera que sostenían la vivienda, visibles en el comedor, se conservaban en perfecto estado a pesar de ser prácticamente centenarias. Era muy satisfactorio para él mirar esas vigas, puesto que había ayudado personalmente en la construcción de la casa, y le venían a la mente todas las anécdotas y los recuerdos de la obra. Era un poco triste pensar que gran parte de las personas que habían estado ahí con él, construyendo la casa, habían muerto por vejez en el mejor de los casos. Tener vidas tan longevas no era siempre bueno.

-Francis, trae un poco de coñac. Está en el armario ése de ahí, ¿lo ves?- Se incorporó para señalarle a Francia el armario al que se estaba refiriendo.- Sí, ése. Una copita antes de ir a dormir. –

Volvió a tumbarse de nuevo, mientras dejaba a Francia que se encargase de buscar los vasos y servir el coñac, murmurándole un cortés ‘’gracias’’ cuando le alcanzó la copa. Se incorporó, quedando sentado y dejando un espacio para el francés detrás de él, donde justo antes había estado la mitad superior de su cuerpo.

-Me vas a volver alcohólico. Siempre que estoy contigo acabo bebiendo un montón- Ya fuera por alegrías o depresiones, cuando más bebía era cuando se encontraba con Francis. Y si se incorporaba Prusia, aún más, como si tuviese que beber también por él.

Soltó un suspiro y se bebió la copa de coñac en unos pocos sorbos. Por fortuna la edad lo había vuelto más resistente al alcohol. Podía recordar la facilidad con la que le subía la bebida. Y como Francia había sabido aprovecharse de eso. Tomó un cojín y se lo lanzó a la cara.

-Venganza tardía.- Se excusó.

[* vale, sé que suena raro, pero yo lo hago. Es acariciar las sábanas con las palmas de los pies y las manos, tocando la mayor superficie posible. Un vicio, oye]

Recuerdo de la niñez. Tenía bastantes. De como habían jugado, de haber hecho trastadas juntos, de que le hubieran pegado bastante... Se llevó una mano a la mejilla y una ligera aura azul se instaló a su alrededor.

- “Eso no ha cambiado demasiado” -pensó con cierta amargura- “Aún me siguen zurrando” Oh, es cierto -el aura desapareció- Te obligué a aprenderla. Es que sin acompañamiento perdía parte de su grandeza. Pero tú te la aprendiste rápido, recuerdo que me hizo mucha ilusión.

Siguió comiendo sonriendo con ternura al recordar aquel día. Sí, aún podía rememorar la ilusión que le había hecho escuchar a Antonio tocar la melodía completa. Después se pasaron cantando la cancioncita el resto del día. Pero bueno, el hispano no había podido aprendérsela o, mejor dicho, la había olvidado con el paso del tiempo. Se fijó en que España se levantaba y dejaba todo por medio. Hubiera hecho lo mismo pero, su parte cocinera, le obligaba a mantener la cocina ordenada. Se levantó y empezó a recoger todo, cojeando por la cocina. Había olvidado por completo el tobillo hasta que lo había vuelto a apoyar en el suelo. Era una prueba definitiva, lo del plátano le había matado neuronas. Estaba casi terminando de recoger cuando escuchó la voz de Antonio gritándole desde el sofá en el que se había echado

-¡Puedes quedarte a dormir otra vez si te da palo ir a tu casa, Francis! – escuchó que le decía- Pero no es una invitación para quedarte a vivir, que te veo.

- Vaya~ -murmuró con cierta aflicción fingida- Yo que esperaba que me invitaras a vivir para siempre y que acabaras pidiéndome matrimonio~

Terminó de recoger los platos cuando España le pidió que le trajera coñac. Se fijó en el armario que señalaba y él, a su vez, señaló lo que creía que era. Acertó. Tomó unos vasos y el coñac y se acercó cojeando al español tumbado. Frunció ligeramente el ceño: Ya había olvidado que estaba ligeramente convaleciente, ¿verdad? Sirvió la bebida y le pasó la suya al de ojos verdes. Se sentó y tomó lo que él se había servido. No es que bebiera mucho coñac, pero esperaba que eso le hiciera obviar el dolor del tobillo, que se iba acrecentando y al cual notaba palpitar.

- ¿Yo te voy a volver alcohólico? Te recuerdo que, al fin y al cabo, el que siempre acaba bebiendo eres tú. Yo nunca te apunto con un mosquetón y te obligo a hacerlo. Lo haces por gusto. Lo único es que yo no te lo prohíbo ni suelo decirte: No deberías beber más.

Pegó un buen trago de coñac y suspiró. Seguramente le haría falta más de un vaso para sentir que le hacía efecto. Y repentinamente se llevó un cojinazo. Se le quedó cara de tonto y lo medio despeinó.

- Yo también puedo vengarme, chéri. -apuntó sirviéndose más coñac y luego acomodándose el pelo muy dignamente.

Vengarse. Aquello sonaba como una provocación. Una batalla campal de cojines…sonaba divertido. Ah, no, Francis estaba magullado. Se le había olvidado por completo. Ya lo dejaría para más tarde entonces…

-No creo. Si no, ya lo hubieses hecho… -pinchar un poco tampoco hacía daño a nadie.

Sin comentar nada más, Antonio se dejó caer hacia atrás, ocupando la misma posición de antes, únicamente que ahora su almohada era la falda de Francis. Llevó una mano a su cara, pasando los dedos por el contorno del morado que oscurecía la tez de su compañero.

-¿No deberías ponerte algo ahí? Si no mañana lo tendrás hinchado y andarás gimoteando por ahí sobre tu cara. –dijo, con una sonrisa entre los labios.

Mientras el francés se acomodaba para sostener bien el peso de Antonio en sus piernas, a éste no le pasó inadvertido la mueca de molestia que esbozó al mover el pie. Cierto, el tobillo. Parecía que le hacía daño cuando llegó, e incluso cojeaba. Pero como se había quitado el hielo y no había vuelto a mencionar nada, España se había olvidado por completo de ése detalle. Percatándose de que su posición, debido a su peso, podía estar haciéndole daño a Francis, se levantó de golpe sin previo aviso, girando su cabeza hacia el pie de Francis. Esta cadena de movimientos se dio a tal velocidad que a ninguno de los dos les dio tiempo a reaccionar: con las prisas, Antonio le había asestado un cabezazo a la mandíbula de Francis al incorporarse.

-Es verdad tu tobill... ¡AU!- Exclamó llevándose las manos a la zona del impacto- Au au au …que daño…

Tenía los ojos firmemente cerrados con la expresión contraída del dolor. Unas lagrimitas asomaban de la comisura de sus ojos. Se habían golpeado demasiado fuerte. Francia no estaría mejor, golpeado, con el tobillo posiblemente torcido y con moratones. Antonio lo compadeció, no había sido el mejor día para Francis.

-Perdón… ¿Estás bien?-preguntó al ver que el rubio no decía nada. Quizá, para más inri, se había mordido la lengua.

- No tientes a la suerte, España -dijo Francis con una sonrisa extraña en el rostro a aquello de que no creía que se vengara.

Puede que no usara los métodos convencionales, pero había otras formas de vengarse que iban a ciertos terrenos en los que el francés era un experto. Pero justo en aquel momento, Antonio se echó sobre él y se le pasaron las ganas de hacer nada. Bah, ¿qué más daba? Ya se vengaría otro día. Decían que era un plato que se servía frío, así que debía hacer justicia al dicho. Aunque notó la quemazón de la herida, no le molestaba el gesto de Antonio, así que no apartó el rostro.

-¿No deberías ponerte algo ahí? Si no mañana lo tendrás hinchado y andarás gimoteando por ahí sobre tu cara. –apuntó Antonio, bastante acertado. Francis puso morros por un segundo.

- Quizás sí. ¡Y no voy gimoteando! Pero es que será realmente terrible que se me hinche la cara -se quejó el galo.

Se hubiera quedado quieto, de no ser porque en la posición actual el pie le dolía bastante. Hasta el punto de que no pudo evitar una mueca de malestar al intentar moverlo. Estaba apunto de lograr una pose mejor cuando ocurrió algo que no llegó ni a entender, pero se llevó un cabezazo que hizo que se mordiera la lengua inclusive. Se echó hacia un lado, llevándose las manos al lugar donde la cabeza de Antonio había impactado, y escondió la cara en un cojín que había al lado. Se le habían saltado las lágrimas del dolor que sentía.

-Perdón… ¿Estás bien? -escuchó que Antonio le preguntaba.

No podía ni hablar. Negó con la cabeza, sin tan siquiera mirarle. ¡Menuda mierda de día estaba teniendo! No sólo lo habían asaltado, sino que ahora se llevaba un cabezazo y no había que olvidar el tortazo que le había pegado antes Antonio. Era como si una entidad o energía superior se estuviera dedicando fastidiarle por todo momento bueno que había tenido el día anterior. Debería haberse quedado acostado y no haber despertado. Seguro que no le hubiera pasado todo eso.

- ¿Te has mordido la lengua? -escuchó que volvía a preguntar el hispano.

Ahora afirmó con la cabeza. Antonio le insistía en que le enseñara la cara y él intentaba no hacerlo. Aún tenía las lágrimas en la comisura de los ojos y no sabía qué expresión había de tener en el rostro, pero serena no era. Eso seguro. Lo que le dolía la lengua... Pero, otra cosa no, Antonio era muy cabezota, tanto que estuvieron forcejeando unos segundos hasta que logró hacerle despegar la cara del cojín.

Antonio lo miró algo apenado. Pobre Francis, tampoco se merecía todo aquello que le había ido pasando durante el día… Bueno, quizá un poco sí, pero Antonio no se consideraba una persona rencorosa (mayoritariamente…Siempre se pueden hacer excepciones. Sobretodo, excepciones inglesas y cejudas.) Y bueno, cobrarlo todo de una sola vez… Lo compadecía.
Miró el mentón de Francis, rojo por el golpe, mientras el otro se lo sobaba.

-No te lo toques, que te dolerá más-le dijo Antonio mientras le apartaba la mano de un golpecito suave.

A parte de estar ahí parado frente a Francis, no sabía que hacer para intentar calmar el dolor del otro. Era un poco desesperante no poder hacer nada. Podría ir a por hielo pero no estaba seguro de que eso también funcionase para la lengua. De momento, fue a por los cubitos. Los envolvió en un trapo y los puso bajo la barbilla de Francis con delicadeza. El alivio fue inmediato, pero la lengua le seguía doliendo. Aprovechó también para envolver unos cubitos más en otro trapo y ponerlos sobre el tobillo hinchado de Francia.

La verdad es que su cara le provocaba era una mezcla entre gracia y ternura, no podía evitarlo, estaba mono poniendo esas expresiones de dolor, aguantando las lágrimas y sacando de vez en cuando la lengua.

Entonces Antonio recordó el remedio que usaban cuando eran pequeños y alguno de los dos se hacia daño. Se inclinó sobre él y con las mejillas algo sonrojadas le depositó un inocente beso en la comisura de los labios (a causa de un error de cálculo el beso acabó ahí, y no en la mejilla). Se separó unos cuantos centímetros y le sonrió.

-Curado, ale. – Le dijo.

No, no estaba curado, ambos lo sabían, pero era lo único que a Antonio se le había ocurrido. Igual no sanaba el dolor, pero desde luego tenía toda la buena intención del mundo, ser reconfortante.

Encima le decía que no podía tocarse. Era cierto que le dolía más, sobre todo si ejercía alguna presión sobre el golpe. Así que hizo caso a la advertencia y dejó de tocarse el mentón. Sacaba un poco la lengua de vez en cuando, intentando de ese modo que le doliera menos (por algún tipo de lógica extraña). No es que fuera a mejor, pero bueno. Al poco, Antonio volvió con hielo, que le puso en el mentón y no pudo evitar suspirar aliviado. El frescor le hacía el dolor más soportable, al menos el de la barbilla.

- Merci -dijo al mismo tiempo que agarraba el trapo para sujetarlo él solo.

Aquella situación, sumido en dolor e intentando evitar mostrarlo, era algo que le recordaba a tiempos pasados. Siempre solía recibir golpes por todas partes. Era patético. En momentos así sentía que tenía la moral por los suelos y que todo iba mal en su vida. A veces no podía evitar ser negativo. No es que esos momentos le duraran demasiado. Tenía sus propios métodos para levantarse el ánimo.

Estaba teniendo uno de esos momentos de bajón cuando Antonio hizo aquel gesto, extremadamente dulce, y que le había dejado sin expresión alguna en el rostro. Aún no había podido reaccionar de algún modo. Recordó aquello de “curado”. Era algo que usaban cuando eran pequeños y... Madre mía... Se sonrojó y pegó un suspiro, agachando la cabeza y tapándose ligeramente con la mano.

Miró por un momento a Antonio, que le miraba con el ceño ligeramente fruncido. Encima parecía no entender a qué venía aquella reacción, pues finalmente se lo acabó preguntando, por si había hecho algo mal. Estúpidamente adorable.

- ¿Por qué a veces eres tan rematadamente adorable? Esto ha sido un golpe bajo, España... -dijo intentando serenarse.

Le daban ganas de muchas cosas y otras tantas que seguramente no estaban permitidas en ese momento. Se quedó apoyado sobre el hielo, le molestaba pero también le aliviaba, aún sonrojado y miró de reojo a Antonio.

- Podrías darme otro de esos besos sanadores, ¿no? Creo que me he mejorado ligeramente, pero no estoy seguro.

Rió por lo bajo ante el comentario de Francis. Le aliviaba saber que no había hecho nada mal (bueno, no se lo había dicho directamente, pero tampoco le había dicho lo contrario…así que estaba bien). Tampoco entendía del todo qué le veía de adorable… pero bueno, Francis era así. Sus cumplidos, a veces, le hacían sentirse como si fuese el mejor del mundo, pero esa actitud tampoco iba demasiado con su carácter y pronto se le bajaban los humos de nuevo.

Se sentó junto a Francis, acercándose un poco más de lo que hubiese hecho en otra ocasión cualquiera, sin ni siquiera darse cuenta. Esa cercanía que marca los límites del espacio personal, acercándose a la intimidad pero sin llegar a ser abrumadora.

-¿Eh? ¿D-de verdad ha funcionado?– dijo, con los ojos súbitamente brillantes de la emoción.

No podía decirle que no a la cara que Francis le estaba poniendo. Y para que negarlo, ahora estaba algo emocionado con la idea que su beso hubiese hecho efecto. Se había tragado las palabras de Francia sin dudarlo ni un momento.

-Entonces, bueno… pero sólo uno.- dijo.

Inclinó un poco el cuerpo hacia Francis, apoyando sus manos en la pierna buena de este, entreabriendo los labios y buscando su mejilla para no equivocarse esta vez. El beso fue lento y algo duradero para ser un beso a la mejilla, pero esperaba Antonio que así hiciese más efecto. Se separó la distancia justa para mirarle a los ojos interrogantemente. Por si acaso, le dio otro beso, más rápido que el anterior, procurando de nuevo no tocar los moratones ni el mentón.

-¿Cómo está tu pie? ¿También ha mejorado?- preguntó.

Ahora estaba convencido de haber encontrado algún tipo de cura milagrosa que por lo visto debía funcionar sólo con Francis. Por lo menos, que él recordase, cuando eran pequeños y Francis se los daba para calmar su dolor, aunque le gustase, su dolor no disminuía, aunque él asegurase lo contrario para complacer al galo (y no sentirse raro, ya que a Francia sí parecía hacerle efecto. Muy curioso). Ahora que lo pensaba… ¡quizá Francis también mentía! ¿Por qué no? Nada se lo impedía. Quizá mentía ahora y quizá lo hubiese hecho en la niñez, por el mismo motivo que el suyo o por cualquier otro que no se molestaría en intentar descubrir.

- ¿No me habrás mentido, no?- le preguntó, separándose un poco más de él para mirarle con los ojos entrecerrados, mirada de sospecha y las manos en la cintura.

Internamente clamó victoria cuando observó que Antonio se sentaba a su lado, más cercano de lo normal. Esa siempre era una gran señal. El preludio de cosas maravillosas. Porque era muy interesante ver lo que España podía llegar a hacer cuando perdía el “pudor”, por así decirlo. Lo observó sin perder detalle cuando empezó a emocionarse porque había funcionado. Bueno, puede que luego volviese a ser consciente de lo mucho que le dolía. Por el momento se encontraba anestesiado con esa manera de ser tan agradable.

-Entonces, bueno… pero sólo uno.- dijo el español.

Pudo notar el aliento del de pelo castaño sobre su piel, viendo de reojo los labios entreabiertos. La lástima es que esta vez se lo dio en la mejilla. Pero aún así... ¡Mon Dieu! Le miró cuando se separó y entonces le dio otro beso. ¡Agh! Control, Francia. Control... Sino, sabía que las cosas podían acabar muy pero que muy mal.

- Olvídate de mi pie

Porque él mismo también se había encargado de olvidarse de él. Si no lo apoyaba, la molestia se acababa difuminando y era soportable. Lo malo es que el otro le salió con que si le estaba mintiendo. En realidad ahora no le dolía nada excesivamente. Su mente estaba concentrada en el beso y en cómo lograr otro y que no fuera en la mejilla. El inconveniente es que ahora Antonio le quedaba un poco lejos. Tal y como estaba sentado, no iba a llegar, apoyó un pie en el suelo y un quejido fue audible. Inmediatamente dejó de apoyar el pie y se dejó caer sobre el sofá, bocabajo, al lado de España, escondiéndose de nuevo sobre un cojín.

- M-me había olvidado... auch... -dijo Francis con un tono de voz congestionado claramente por el dolor.

Era tan listo que, cegado por sus propios pensamientos, había olvidado que el pie que acababa de apoyar estaba hinchado y le dolía. Era lo malo de que sin apoyarlo no le doliese. Siguió farfullando un poco más, aún en aquella pose. ¿El universo le estaba castigando por intentar acercarse a España, acaso? Pues no se iba a rendir. Aunque dejaría estar aquella idea hasta que el pie dejase de palpitar por sí solo.

Le daba mucha pena ver a Francis así. Primero le decía que se olvidase de su pie, luego él mismo se aplicaba la regla y acababa lamentándolo. Se había abrazado al cojín de nuevo y Antonio no sabía si estaba llorando. De ser así, su cojín acabaría cubierto de mocos franceses, y ya podía verse a si mismo obligado a limpiar el cojín a mano por que los mocos no se van con el pañuelo al estar adheridos a la fina tela... De todos los cojines, tenía que haber cogido el más caro.

Claro que España no era demasiado tiquismiquis para estas cosas (le incomodaba más la pereza de tener que lavar a mano el cojín que los mocos en si) así que no dijo nada al respecto. Se limitó a darle algunos golpecitos cariñosos al rubio en su cabeza, a modo de consuelo.

-Mañana podemos ir a ver a un medico. – Dijo- Si quieres. Hay uno en este pueblo… Es conocido y tal. Además es un hombre muy agradable y muy discreto…

El silencio se hizo presente entre ellos. No era un silencio incómodo, era el silencio de siempre, de cuando Francis se calla la boca un rato y Antonio se pierde en divagaciones que van y vienen entre lo más absurdo y las más complejas estrategias de batalla. Después de esos silencios, Antonio acababa muchas veces haciendo cosas extrañas, fuera de su conducta habitual, y Francis a menudo era testigo de ello. Para bien o para mal.

Esta vez la iniciativa del hispano pasó por medio abrazarle por la espalda (medio debidas las circunstancias físicas en las que se encontraban: no es muy fácil abrazar a alguien tumbado detrás de donde tú te has sentado) y soplarle los mechones de pelo que quedaban ocultando su nuca, haciéndole cosquillas. Después, se acomodó sobre él, suspiró de nuevo en su nuca, y cerró los ojos.

-Dime cuando estés mejor.-dijo.

Estaba cansado, muy cansado de nuevo. El sueño era como un péndulo que iba y venía, arriba y abajo…
No iban a aguantar mucho aquella posición, estaba claro. Era incómodo para las espaldas de ambos, y sobretodo para los moratones de Francis. Cuando este volvió a emitir un sordo quejido, Antonio se incorporó, facilitándole a Francia poderse incorporar también y adoptar una nueva posición, más cómoda.
Recostó con un suave empujón al galo en el respaldo del sofá y se acomodó él mismo apoyando la cabeza sobre su pecho, con cuidado de no tocar nada delicado que pudiese dolerle aún más. Cerró los ojos y por inercia le tomó la mano. Que ñoña le estaba dando, que gustito…

Afirmó con la cabeza cuando le dijo lo del médico. No es que le apeteciese mucho ir, pero sabía que seguramente le pondría algo en el pie para que no lo moviera mucho y eso sería bueno. Sino, seguramente lo apoyaría de nuevo demasiado y otra vez le vendría este dolor que le producía hasta sudores fríos. Parpadeó un poco anonadado cuando notó que el español lo abrazaba y un cosquilleo en su nuca. Aquellos gestos de Antonio después del silencio, llamaron su atención y empezaron a distraerle del dolor (que ya de por sí iba a menos)

-Dime cuando estés mejor. -le dijo España, hablando sobre su piel.

Se estremeció ligeramente, aunque el otro no se dio cuenta. Si no fuera porque él estaba de espaldas y no podía alcanzar a Antonio, entonces esta sería la pose perfecta. Lo malo del asunto era que tenía los golpes de esos ESTUPENDOS y MARAVILLOSOS ladrones de antes. Por mucho que intentó aguantar, no pudo evitar un quejido sordo y eso alertó al español.

Maldito fuera él y su poca tolerancia al dolor. Malditos fueran los ladrones que le habían atacado y... ¡qué sabía él! Lo único que comprendía es que la situación era perfecta y que la había fastidiado. Ya que Antonio se apartó, consideró oportuno incorporarse también. Se estaba pasando la mano por uno de los moratones, intentando difuminar esa sensación extraña de molestia, cuando Antonio le recostó sobre el respaldo del sofá. Lo que le sorprendió más (de manera agradable) fue ver que el otro se acomodaba sobre él y le cogía la mano. Lo miró de reojo, sonrojado, con una ligera sonrisa y temblando un poco de la misma emoción.

- Aw, qué mono eres, chéri ♥♥. -exclamó con un tono dulzón el francés, abrazando con el brazo que tenía libre, sin ganas de apartar la mano de la del español.

Le dio un beso en el pelo como agradecimiento mudo ya que, sin proponérselo, lo había distraído lo suficiente como para que el dolor fuera algo de fondo y que no le molestara. Se quedó un ratito acariciando con la mano la espalda de Antonio. Se fijó en su rostro y vio que cada vez parecía más relajado. Al paso que iba, si no lo había hecho ya, se dormiría.

- Espagne, este es un mal sitio para dormir. Puedes coger frío. Aunque no es como si fuera a permitirlo, pero... -dijo, dibujando una sonrisilla con lo último que había dicho. El hispano no es que le contestara, así que se agachó, le besó una mejilla en repetidas ocasiones, yendo luego a atacar la oreja con unos mordisquitos suaves.